La relación entre el arte y la mierda no es nada nueva. Ya Rabelais había escrito desde la perspectiva de un retrete, Quevedo le había dedicado un ensayo a las Gracias y desgracias del ojo del culo y Mozart había compuesto su cantata Lámeme el culo para seis voces.
Hace tiempo que el tema de lo escatológico tiene un lugar privilegiado dentro de las Bellas Letras. Sin embargo, nadie estaba preparado para cuando en 1961 el artista conceptual Piero Manzoni presentó su obra Mierda de artista: una serie de noventa latas de conserva supuestamente rellenas con el excremento del mismo Manzoni. Acaso lo más impresionante haya sido que las noventa latas se vendieran. Entonces, las cloacas del mundo retumbaron con el sonido de siete trompetas y el paraíso del arte explotó en polvo de mil estrellas. Algunos comenzaron a preguntarse: ¿Cómo llegamos a esto? Esta es la misma pregunta que me hago cincuenta años más tarde mientras observo a un hombre ponerse jamón en la cara frente al fondo blanco de una galería… ya sin asombro, ya sin trauma.
Algunos comenzaron a preguntarse: ¿Cómo llegamos a esto? Esta es la misma pregunta que me hago cincuenta años más tarde mientras observo a un hombre ponerse jamón en la cara frente al fondo blanco de una galería… ya sin asombro, ya sin trauma.
Entonces, ¿cómo llegamos a esto? Arthur Danto creía que el origen estaba en Warhol; Donald Kuspit lo hacía retroceder hasta Courbet y Manet. Por mi parte, pienso que hace falta ir hasta el Renacimiento. Pues el problema del “fin del arte” está relacionado con un problema más antiguo: el de la distinción entre arte y artesanía. Y es que el arte nació con el peor de los defectos filosóficos: la falta de claridad. Será esa falta de claridad, ese vacío semántico, el que Manzoni vengan a llenar con su propia mierda. Pero vamos al principio.
Hoy nos cuesta trabajo entender que una buena gramática tuviera mayor valor artístico que la mejor de las esculturas para un griego, un romano y un medieval. Pues el concepto antiguo de arte era muy diferente al moderno. Por arte se entendía el conocimiento y la destreza necesarias para realizar cualquier actividad; desde hacer un zapato (ars sutoria) hasta seducir a una señorita (ars amatoria).
Así, el primer criterio de valoración del arte era la corrección, no la originalidad. Ahora, no todas las artes gozaban del mismo prestigio; las artes liberales, las que requerían de un conocimiento científico y una destreza intelectual, eran consideradas superiores a las artes mecánicas, las cuales solo requerían de un conocimiento y una habilidad técnicas. Aún más, los artistas liberales tenían mayor libertad laboral porque no estaban subordinados al yugo de los gremios. Esta situación no pasó desapercibida para un grupo de arquitectos, escultores y pintores italianos, los cuales reclamaron que se les reconociera, ya no como artistas mecánicos, sino como artistas liberales.
De pronto, un temblor se dejó sentir en el centro del Paraíso y el concepto antiguo de arte —demasiado amplio, pero siempre claro— comenzó a tambalearse. La manzana estaba mordida; el pecado, cometido. El primer artista había nacido como el primer hombre: enfermo de soberbia y ávido de libertad.
Pero, ¿qué distinguía a un artista de un artesano? Para el imaginario colectivo, el primer artista moderno fue Giotto; ese que engañaba a sus maestros pintando moscas en los cuadros y sorprendía a los papas con sus círculos perfectos. Más allá de la credibilidad anecdótica, Vasari parece destacar dos aspectos que hacían de Giotto un nuevo tipo de artista: el naturalismo de su obra y su fama de genio.
El naturalismo o la idea de que el arte debe ser el espejo de la naturaleza fue un imperativo para el artista del Renacimiento. Ahora, si el arte debía imitar a la naturaleza, el artista debía tener conocimiento sobre ella. En este sentido, el artista se distinguía del artesano porque demostraba conocimiento científico; de aquí la obsesión de personajes como Piero della Francesca, Rafael Alberti y Leonardo por las matemáticas, la perspectiva y la óptica. El artista comenzaba a parecerse al científico y al filósofo, esto es, al artista liberal. Sin embargo, el criterio de valoración seguía siendo el de la corrección; pues el artista pasó simplemente de guiarse por las reglas de la tradición a guiarse por las reglas de la naturaleza.
Por otro lado, la idea del diseño como “el proceso de materializar ideas” fue igual de importante para el Renacimiento. Este representó un cambio fundamental porque el arte pasó de ser un reflejo de la naturaleza a ser el reflejo de la interioridad del artista; tanto así que comenzó a decirse de artistas como Rafael y Miguel Ángel que no solo habían igualado a la naturaleza… la habían superado. En este segundo sentido, el artista se distinguía del artesano —y también del filósofo-científico— por su capacidad creativa. Con ello, el artista dejaba de guiarse por reglas —tradicionales o naturales—para guiarse por su propia intuición. El artista dejaba de ser un descubridor para convertirse en un creador, un pequeño dios, un genio.
Cabe decir que el proceso de conformación del artista fue largo y tortuoso. La mayoría de ellos siguió formándose en talleres y forcejeando los precios con los clientes hasta siglo XIX, cuando el academicismo ilustrado dé respaldo al artista-filósofo y el idealismo alemán dé justificación teórica al artista-genio. De cualquier manera, la distinción entre artista y artesano parecía clara desde un principio; el conocimiento teórico y la libertad práctica se convirtieron en sus estandartes de guerra. Sin embargo, la distinción entre arte y artesanía todavía no estaba clara.
El artista dejaba de guiarse por reglas —tradicionales o naturales—para guiarse por su propia intuición. El artista dejaba de ser un descubridor para convertirse en un creador, un pequeño dios, un genio.
Ahora, ¿qué distinción hay entre arte y artesanía? Una primera solución fue afirmar que, mientras la artesanía anteponía su finalidad práctica, el arte tenía un fin puramente estético. Un problema con este argumento es que se basa en un criterio tan volátil como la intención del artista. Al final, lo que sobrevive es el valor (estético o práctico) que una sociedad le da a un objeto. Artefactos que en su momento tuvieron una utilidad específica —como las venus del Paleolítico o las máscaras africanas— hoy se exponen en los museos como obras de arte, cuando obras de arte —como la Gioconda o La noche estrellada— sirven para fines publicitarios. Una segunda solución fue afirmar que, mientras la artesanía era reproductible, el arte era único.
Hoy es casi un hecho que una parte importante de las obras en los museos son falsificaciones o están mal atribuidas. Pues todo lo hecho por el ser humano puede ser reproducido por otro ser humano. Incluso, la crisis de la autenticidad del arte se ha agudizado con la aparición de la cámara fotográfica, como Walter Benjamin ya lo había notado. Al mismo tiempo, la artesanía lleva alzándose como un símbolo de la individualidad humana frente a la producción en masa desde John Ruskin.
La realidad es que la distinción entre arte y artesanía nunca terminó por quedar clara. Quizás, la única diferencia que encuentro es que, mientras la artesanía vale por lo que muestra, el arte vale por lo que esconde. Ya he hablado en otro artículo sobre el aura mística que el arte ha heredado de su relación con la religión. Ahí donde antes se escondían los dioses, hoy se esconden sus parientes más cercanos: los artistas. No por nada Ernst Gombrich abría su famosa Historia del arte con la siguiente frase: “El Arte, acaso, no existe. Tan solo hay artistas”
Al final, lo que sobrevive es el valor (estético o práctico) que una sociedad le da a un objeto. Artefactos que en su momento tuvieron una utilidad específica —como las venus del Paleolítico o las máscaras africanas— hoy se exponen en los museos como obras de arte, cuando obras de arte —como la Gioconda o La noche estrellada— sirven para fines publicitarios.
Y es que Gombrich intuía ya la raíz del problema: el artista nació antes que el arte. Por lo tanto, será el artista el que defina primero lo que es el arte y no al revés. Esta idea que comenzó por ser una promesa de libertad, se revelará más tarde como la razón de la crisis de identidad en la que vive el arte contemporáneo. Pues, al final, arte es lo que hace el artista… incluso si eso que hace es literalmente cagar una mierda. Piero Manzoni no hizo sino poner el dedo sobre la llaga con un recurso que, aunque habitual en la literatura, es poco común en las plásticas: el humor. Sin embargo, el chiste se va haciendo ya viejo.
El chiste se está haciendo viejo. Crédito Instagram: Reel de usuario slobnaz
Un tiburón en formol, un gato transformado en un dron, un crucifijo hundido en orina, un plátano pegado en la pared, un jabón hecho con grasa de una liposucción, un escopetazo en el brazo… El arte nunca ha sido tan libre, pero tampoco ha sido nunca tan oscuro. Pues la otra cara de la libertad es la dispersión. ¿Es o no es arte? Creo que esta ya ha dejado de ser la pregunta. Hoy el arte es todo y es nada. Hoy el arte se asesina todos los días en las galerías y no sucede nada. Pero tal vez sea esta la evidencia última de que Gombrich tenía razón; el arte nunca existió y lo que vemos morir en las galerías no es sino una ilusión proyectada, un espejismo platónico, un hombre de paja.
Y es que Gombrich intuía ya la raíz del problema: el artista nació antes que el arte. Por lo tanto, será el artista el que defina primero lo que es el arte y no al revés. Esta idea que comenzó por ser una promesa de libertad, se revelará más tarde como la razón de la crisis de identidad en la que vive el arte contemporáneo.