Llegué a Déficit, la residencia para artistas en Analco, en Guadalajara. Roberto Carrillo abrió la puerta y nos presentamos. Mi invitó a ver las pinturas que había creado para su exposición «El verdor misterioso de las algas» y conversamos. Había releído en la mañana su análisis que publicamos sobre la pintura de Lucía Vidales y comprendí que  sus obras también parten de muchas de esas ideas. Agradezco su paciencia y amenidad.

 

Benjamín Torres: ¿Cuándo detenerte en una pintura?, ¿cuándo sabes que por fin está terminada?

Roberto Carrillo: Una pintura nunca se acaba. Llega un punto donde si añado algo más me indica que se está convirtiendo en otra pintura. Esta parte siempre es complicada e interesante. Implica una interrupción. No creo en esta idea de una pintura completa o de un universo construido allí adentro. Todas las pinturas para mí tienen problemas o mantienen ciertos tipos de problemas; de repente estás trabajando ciertos problemas y hay un punto donde sabes que si continúas ya se va a convertir en otra cosa. 

Las cosas importantes son a nivel de sensación y de intuición. Esta sensación de fugacidad está en las piezas y siento que en la mayoría de las piezas podría caber otra cosa, pero no de manera manifiesta. Existe esta vulnerabilidad de lo fácil que se puede transformar. 

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Roberto Carrillo un día antes de su exposición en "Déficit", en Guadalajara; junio 2024.

Hay un punto donde sabes cómo puedes hacer para que funcione, pero también se trata de huir del lugar común dentro de uno mismo. No hacerlo es traicionar a la génesis propia de la pintura: de que sea una constante ávida de preguntas. Toda pintura siempre está a punto de ser un gran fracaso. Todo está a un soplido de que se derrumbe. 

A mí me gusta pintar varias pinturas al mismo tiempo porque algo que no esté resuelta en una, lo puedes preguntar en otra. Puedes estar explorando en diferentes lienzos. Ese es uno de los grandes problemas: repetir fórmulas en una pintura, que la estrategia sea siempre la misma. 

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BT: ¿De dónde partiste para hacer esta serie de «El verdor misterioso de las algas»?

RC: Tiene que ver como una noción de la pintura como paisaje. No tanto la representación de un paisaje sino las cualidades propias de la materialidad: la corporalidad de la tela, la corporalidad del óleo, la corporalidad del aceite del acrílico en algunas combinaciones. Esas corporalidades generan un proceso que para mí es de paisaje, como acumulación de materia y al mismo tiempo erosión de esa materia.

Es el residuo de acumulación y erosión, así es como pienso o imagino un paisaje, como una serie de fuerzas en las cuales se genera acumulación de cierto tipo de materiales y la erosión de otro tipo de materiales; el agua es un cuerpo que está erosionando todo el tiempo la montaña y la montaña genera diferentes tipos de piedras que van construyendo. 

El paisaje al final es un sistema de autoorganización y a mí me parece que la pintura también tiene sus propias lógicas de autoorganización. Una decisión muy deliberada es la idea de que los formatos sean verticales, romper con esta estructura determinada de que el paisaje es un horizonte y darle esta tensión en la que hay una especie de protagonismo del paisaje.

 

Toda pintura siempre está a punto de ser un gran fracaso. Todo está a un soplido de que se derrumbe. 

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En ese sentido es una cercanía con las pinturas de paisajes chinos y de la caída, del precipicio. Tuve diez días para hacerlas en esta experiencia de la residencia. Por ejemplo, algunas salieron muy rápido y las quise dejar bastante tiempo, cuando hice otras ya traía todo ese proceso, entonces las decisiones fueron mucho más rápidas; ya había entendido qué quería hacer.

 

BT: Muchas cosas de las que hablas en tu análisis de los colores de Lucía Vidales las veo en estas pinturas 

RC: Hay una cosa muy endémica de la pintura que hace que surja el paisaje y es interesante. Hay una relación poética con el paisaje, por lo que de repente algo acuático tiene elementos terreros. A mí me interesa mucho la poesía y la literatura. Busco que el paisaje no se defina solo con relación a algún tipo de experiencia atmosférica sino que haya también una especie de ficción o ficcionalizar esa relación.

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La exposición se conforma de 12 piezas. Crédito: Déficit

«El verdor misterioso de las algas» tiene que ver con esta sensación de que hay una pintura solar. En la tradición existe la idea de que el color es una fractura de la luz, por lo que todo lo que nos llega está atravesado por esta atmósfera. Existe una relación. A mí me interesa mucho más una imaginación de la luz, como la pintura por abajo de dos lugares, como puede ser lo marino y lo terrestre. Ese tipo de relaciones sucede por ejemplo en el proceso de fotosíntesis en las algas, que es aerobia y a la vez acuática. 

No me interesa aproximarme a las algas en un término científico sino como imaginar el proceso de un alga, el simple hecho de que exista una imaginación; un paisaje en el agua me permite entender que a lo mejor hay una pintura que viene de esas maneras de construir o de imaginar.

Igual que me interesa mucho recuperar la idea de lo terrestre. Para mí esta idea de que si bien el color es una fragmentación de la luz, también el color viene de la tierra de los procesos minerales. Al final son cuestiones minerales o animales o vegetales, pero que están en el interior en cierta oscuridad. Hay colores que están dentro de la oscuridad y si se piensa desde ahí, también hay otras lógicas que empiezan a construir pinturas o paisajes.

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Título: "Un verdor terrible". Crédito: Déficit

BT: ¿Cómo juzgas tus propias pinturas?

RC: En el hacer no hay perspectiva, no hay distancia. Cuando ves una pintura de alguien más que te gusta, estableces mucha distancia a pesar de que seas pintor. En esa misma lógica, cuando uno se enfrenta a otra pintura, siempre existe cierto misterio de cómo se hizo. Como que lo puedes ver desde otro lugar, no desde el hacer. Pero con las propias es diferente, porque uno recorre sus propias pinturas sabiendo qué fue primero y qué después.

En los últimos años he compactado más la producción y puedo reconocer diferencias entre unas pinturas y otras. Antes saltaba mucho más de cierto tipo de procesos a otros, por ejemplo una pintura muy material cargada de gestos o de mucha pasta pictórica. Ahora he tratado de darle esta lectura más amplia, no saltar tanto de cierto tipo de cosas a otras. Siento que todas estas bifurcaciones que fui abriendo, ahora las puedo evocar en ciertos momentos y darles coherencia. 

 

Hay colores que están dentro de la oscuridad y si se piensa desde ahí, también hay otras lógicas que empiezan a construir pinturas o paisajes.

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El conocimiento que he adquirido es como con el paisaje que decía: hay un proceso de acumulación y otro de erosión. No solo acumulas experiencias sino que también la desechas y se va filtrando. A mí me gusta la palabra erosión porque es como una filtración, mucho menos violenta que desechar. Hay una cosa como de irrigación. La erosión permite el traslado de cierta información a otra, donde se va ganando y perdiendo materia. 

Pensemos en un cuerpo de agua que pasa por una roca y filtra cierto tipo de sales; algunas sales se quedan y otras no y entonces esas sales van construyendo también parte de la misma roca, como estos procesos materiales donde hay un traslado de cierto tipo de materia y energía a otro donde en algún momento se queda cierta materia y en otra fluye. Eso es parte del proceso de transformación, de lo que da la posibilidad a la diversidad en la naturaleza, la vida o incluso en las personas. Son ideas que vienen mucho desde el materialismo o el neomaterialismo.

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Título: "Incendios fotosintéticos". Crédito: Déficit.

A partir de esas teorías estoy tratando de entender y al mismo tiempo integrar mis propios procesos de trabajo. Cuando descubrí esas teorías hubo una afinidad. Hay cosas del neomaterialismo o del materialismo especulativo que puedo desechar y que no me interesan porque al final mi intención no es hacer teoría. Trato de dejar las cosas que me funcionan y hacer un buen uso de la teoría. 

 

BT: Estas pinturas de tu exposición “El verdor misterioso de las algas” desde cierta perspectiva me evocan una mujer o una montaña o un campo.

RC: Te comentaba sobre cómo me gusta ficcionar las cosas. ¿Por qué una piel no puede ser paisaje? Integrar esta lógica entre el cuerpo y el paisaje. Me interesó hacer algo enrarecido, meter cierto tipo de elementos que rompan con la narrativa y no hacerlas absolutamente contemplativas. No me interesa tanto el paisaje de representar algo sino la corporalidad de la pintura como paisaje. 

 

No me interesa tanto el paisaje de representar algo sino la corporalidad de la pintura como paisaje. 

Roberto Carrillo

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Roberto Carrillo presentó en Déficit su exposición "El verdor misterioso de las algas".

Texto sobre «El verdor misterioso de las algas», por Roberto Carrillo

Esta serie de pinturas son parte de un conjunto de reflexiones pictóricas e imaginarias sobre el paisaje, que de cierta manera también es una reflexión sobre mis propios procesos en la pintura. Cruce entre las nociones de paisaje y corporalidad.

A diferencia de cierta idea del paisaje que implica una admiración del territorio, me interesa partir de que el paisaje es algo que nos encuentra a nosotrxs, nos interpela, y de cierta manera irrumpe la concepción entre lo de adentro y lo de afuera. Narciso no estaba enamorado de sí mismo, más bien pienso que, se maravilló, se asombró de verse por primera vez dentro del paisaje. Y se encantó al verse también en la materialidad del reflejo y su transparencia, el rio en el que se contemplaba, también es un paisaje. Narciso entonces, se vio incorporado entre dos paisajes, el que se proyectaba en el reflejo del rio y el río mismo que lo miraba a él, que lo interpela.

Imagino el paisaje como una bacteria que nos infecta y nos cambia, nos modifica y que crece dentro de nosotros, se reproduce, que nos hace parte de sí, nos materializa. Y nos increpa. A la manera de Solaris de Stanislaw Lem. En el que el planeta paisaje, como organismo vivo e inteligente afecta a los personajes sin que estos puedan si quiera comunicarse con él, y sin embargo, el planeta juega con la mente de los personajes, evidenciando sus deseos y frustraciones más íntimas, el planeta los invierte de alguna manera, rompiendo el adentro y afuera de los personajes. Pienso que el paisaje es en la pintura un organismo vivo e inteligente que nos invierte, nos evidencia y evidencia nuestra corporalidad, nuestras sensaciones y percepciones son expuestas.

Me interesa pensar la pintura como ese encuentro entre estas interrelaciones paisajísticas, esto que nos interpela como el color, los materiales, las formas y su expresión, y vernos de repente incorporadxs a ellos, cómo si algo propio brotara en esta fusión entre la materialidad y el proceso pictórico. Parto del paisaje no como representación del territorio, sino como la invención de éste. Como algo que sucede en la imaginación pictórica, es decir, este encuentro misterioso entre el hacer, el dejar de hacer, el poner y quitar, el acumular y rasgar que va configurando no un paisaje imagen, sino un territorio propio, con sus fallas, relieves, tensiones constructuales, acumulaciones y ruinas, en que el color, la materia, la transparencia juega en interrelaciones entre la mano y el ojo, como acentos de lo corporal, pero que también involucra la totalidad del cuerpo, su sentir, su presencia frente a los cuerpos también de la tela, el bastidor, espátulas, pinceles, pigmentos y aceites.

Roberto Carrillo

Texto de sala de la exposición «El verdor misterioso de las algas», por Juan Manuel Salas

Al igual que en el resto de las contadas pero muy valiosas residencias que hemos tenido en Déficit, los días finales siempre representan un volver a preguntarse cuál es mi papel aquí no solo como anfitrión, sino también como artista y como amigo. Roberto acaba de compartir conmigo un texto maravilloso en el que explica el tema de la exhibición y sus reflexiones sobre el paisaje de una manera brillante que difícilmente yo podría explicar mejor. Quizás en ese sentido tendría que entrar hablando desde otro lugar, como de todo aquello que no es evidente pero que yo contemplé como un fisgón que ha estado presente en un ritual secreto.

Ver estas piezas finalizadas me regresa en el tiempo a las primeras charlas que tuve con Roberto, hace un par de años cuando nos conocimos en Cobertizo; una residencia que nosotros volvimos de pintura. Me contaba de su fascinación por la novela policiaca y la pintura, pero me llevó un rato entender la relación entre ambas: “Todo paisaje esconde la escena de un crimen”.

Esta sentencia todavía representa para mí algo que no puedo olvidar de una verdad terrible de la que no hay vuelta atrás; el entramado de violencias descarnadas que habita en el corazón de los paisajes más apacibles. En la quietud de las plantas y de las flores, o en el reposo de un lago cristalino subyace una contienda silenciosa de millones de seres vivos devorándose, parasitándose y haciendo alianzas en un ciclo infinito.

En la representación de algún bello jardín que aparece como fondo en la ventana de alguna pintura flamenca, la violencia es centrípeta, expulsa todo lo impuro del territorio hacia afuera. Lo que vemos sólo existe por una diferenciación con el desorden al otro lado de las fronteras y de los márgenes. Posteriormente se anochece. Hay una bruma espesa que a la vez es el telón que delimita nuestro paisaje: una ventana con cortinas de humo pero también una obra de teatro cuyos personajes son el dibujo de árboles y nubes. Una pintura que también se extiende en la superficie del tiempo.

En el cielo de una de estas pinturas, puedo ver un sol lánguido, disminuido (el mismo que aparece detrás de una tormenta de nieve en “Aníbal cruzando los Alpes” de William Turner) y en otro un par de ovnis, pero como materializados dentro de un sueño. Luego hablamos de la pintura subacuática, donde la luz se descompone de otra manera.

Por alguna razón, el verdor de estas pinturas me recuerdan a la fluorescencia de los pantanos, de algo que ha sedimentado y ha sido revestido por lama brillante más que a la de la biósfera marina, en la que el fondo se remueve. Luego, una montaña hecha de sombras en derrumbe, empujadas hacia abajo por una gravedad subterránea. Finalmente, el negro. Roberto me habla de un dios pétreo que habita debajo de la tierra, su viscosidad se filtra en pasadizos profundos, posee y colma las grietas. Vuelvo a ver las pinturas y pienso en esa negrura del subsuelo, de las minas y las grutas, desangrándose.

Juan Manuel Salas

 

¿Quién es Roberto Carrillo?

Pintor, estampador, grabador y dibujante egresado de la Escuela Nacional La Esmeralda. Nació en Michoacán. Actualmente cursa el Doctorado en Artes y Diseño de la Universidad Nacional Autónoma de México.