CRÍTICA LIBRE DE SPOILER
SINOPSIS DE EL ECO
En un remoto pueblo fuera del tiempo llamado El Eco, los niños cuidan de las ovejas y de sus abuelos. Mientras el invierno y la sequía azotan el lugar, ellos aprenden con cada acto, palabra y silencio de sus padres a entender la muerte, el trabajo y el amor. Una historia sobre el eco de las cosas que se adhieren al alma, sobre la certeza del cobijo que podemos encontrar junto a los que nos rodean, sobre la rebeldía y el vértigo frente a la vida. Sobre crecer.
Si algo he aprendido de platicar con directoras y directores de cine sobre el documental, es que no existe (y yo creo que ni existirá nunca) un manual de cómo hacerlo. A Laura Basombrío, directora argentina de Las Almas, le daba vértigo pensar que su documental no pudiera terminarse cada que visitaba a Estela, la protagonista del film (no por nada me comentó al final que Tempestad se le hacía una cosa bárbara). La narrativa que había trabajado por años, sabía, podía derrumbarse en cualquier momento cuando Estela le dijera que ya no. Que hasta aquí.
En cambio, a Tatiana Huezo le entró miedo de que su film no tuviera sustancia, de que tratara de nada. Y a ella sí le pasó que una de las protagonistas falleciera en el transcurso de los años en que se estaba filmando El Eco. Lo explica en un reciente podcast. ¿Cómo completar un documental cuando la forma en la que piensas contar tu historia, cambia repentinamente?
“Fue un rodaje tan largo que siempre sentí miedo de que la película no se tratara de nada. Siempre tuve esa duda y creo que uno de los aprendizajes más grandes de esta película es ahora, a mis más de 50 años y después de cuatro películas, tener la certeza de que en las cosas más sencillas y más pequeñas hay algo extraordinario”.
Tatiana Huezo
Hay que considerar que no hablo como si las y los protagonistas funcionaran solo como entes narrativos de un producto cinematográfico. Son seres humanos, personas que crean un vínculo emocional con las y los realizadores, cuya partida al otro mundo no solo hace considerar replantear la existencia del documental, sino que deja un vacío difícil de cubrir y llena de tristeza los lugares; el trabajo pasa a segundo plano.
No es que yo sea documentalista y haya vivido lo anterior, ni mucho menos. Es lo que cuenta Tatiana Huezo. Ese vínculo es el mismo que Laura Basombrío me contó que se hizo con Estela, su protagonista. Es el vínculo que Joanna Lombardi logró con sus protagonistas de su increíble documental Quédate Quieto, como me compartió. O Enrique M. Rizo con los músicos Erasmo y Daniel Medina de la Rosa en Un lugar llamado música. ¿Cómo recuperarse de eso?
Tatiana Huezo no por nada es una de las directoras mexicanas más reconocidas en la actualidad. Consiguió ampliar su espectro narrativo para captar la realidad que desbordaba El Eco y el resultado final es simplemente bello. “Anduve persiguiendo amaneceres”, dijo.
La riqueza estética que contiene el Eco no es gratuita. La muerte de una figura central que había ido a grabar en la comunidad de El Eco (quien le había abierto literal y metafóricamente las puertas) le permitió ampliar la mirada, lo intuyo yo a partir de lo que ha declarado Tatiana Huezo. Por eso esta crítica simplemente es el desglosamiento de de lo que llamo la “Un cambio de mirada de Tatiana Huezo en El Eco”.
Los predecesores de El Eco
Antes de El Eco, Tatiana Huezo ya había hecho dos documentales, un largometraje y varios cortometrajes (ver tabla más abajo). En el cortometraje documental Ver, Oír y Callar con el que participó en Un aula vacía, ya abordaba estas inquietudes en torno a las infancias y la educación que retomaría en El Eco (Si alguien aquí es fan de corregir Wikipedia, le invito a agregar este cortometraje a la lista).
Yo la conocí por Tempestad, aunque su trabajo anterior a ese, El lugar más pequeño, fue la que atrajo las miradas internacionales hacia el cine de la joven mexico-salvadoreña. Tempestad solo vino a confirmar que esa atracción no era en vano. Y cuando apareció el proyecto de Noche de Fuego, en el cual iba a retomar la ficción, sabíamos que iba a ser algo grandioso. A pesar de que fue su primer largometraje de ficción, se vio su cine como algo que iba más allá de los géneros cinematográficos. Con El Eco regresó a ese género en el que se formó y le apasiona. Volvió hacer un cine puro, bueno, sin florituras innecesarias. Sobre lo real. Lo bello de lo real. Pero vamos por partes.
El lugar más pequeño documenta la vida de postguerra en El Salvador; testimonios de los sobrevivientes (en un pueblo llamado Cinquera) que padecieron la violencia, el miedo y el dolor de una guerra, pero que cada día se levantan a reconstruir su vida a pesar de todo. Basta ver cómo la presentó Ambulante en su gira de 2011:
Eran cinco familias que caminaron durante días por la selva. Cuando llegaron a lo que fue su pueblo, no había quedado nada en pie. La antigua plaza del pueblo estaba llena de huesos desperdigados. La gente se organizó y comenzaron a juntar los restos de sus muertos. Hoy la vida se abre paso de nuevo, entre las pesadillas y las heridas de una guerra civil terrible. Los personajes, campesinos de un pueblo mayoritariamente guerrillero, intentan seguir viviendo con la imagen siempre presente de sus muertos, sembrando la tierra y cuidando de sus animales. Aún habiendo sido obligados a entregar las armas, permanecen organizados para no olvidar.
Sinopsis de Ambulante sobre El lugar más pequeño
Tempestad es el testimonio que vivió una mujer que acusaron de tráfico de personas y la llevaron presa, sin pruebas, y también documenta cómo hiere en una familia la desaparición de una hija. Es fácil leer eso y pensar en las recriminaciones del público cuando dice que otra vez se hablara de lo mismo, de lo que vemos todos los días, solo que desde otra perspectiva, otra fórmula.
Pero Tatiana Huezo no quiere caer en lo repetitivo (ni provocativo), tal cual lo demuestra en sus formas. En la segunda historia de Tempestad, solo hasta en el momento en que la familia empieza a hablar sobre la desaparición, era un retrato bien elaborado de una familia circense que va contando la historia del trabajo duro y la pasión que conlleva haber creado un circo familiar.
Me ocurrió justo como el Puente, ese personaje entrañable de Kafka en su cuento, porque mientras veía el documental yo soñaba tras esa familia con tradición, aventura, magia… hasta que la historia de la desaparición se va filtrando en el relato y termina por abarcarlo completamente.
Y en la otra historia, la de la falsa acusación, nunca vemos a la víctima, solo escuchamos su voz. La oralidad es lo que da forma y el cine solo lo acompaña, pero esa combinación tal como se nos presenta permite recordar porque a este lindo arte se le considera audiovisual.
En ambos casos, El lugar más pequeño y Tempestad, volviendo a nuestro tema, son historias que se adentran en la condición humana en situaciones límite de violencia; que indaga, simplemente, en vidas desesperadas que se enfrentan contra un enemigo invisible pero poderoso en un entorno injusto y vil.
No por nada definió que “el silencio que hay después del dolor se convirtió en el centro de la película” en El lugar más pequeño. Es cuando el o la espectadora comprende que no es una película más de eso: de desapariciones y corrupción y violencia. Que de fondo hay una mirada que sabe buscar y representar los sentimientos más íntimos de las y los documentados. Esa virtud se ve también en El Eco. Pero a diferencia de los anteriores, Tatiana Huezo hace un viraje: descansar de la violencia para irse a lo primario: la vida misma, la infancia, el pueblo y la quietud. ¿Qué, cómo, dónde? La directora tardaría unos años en responder esas preguntas.
Película | Año | Género |
---|---|---|
El Eco | 2024 | Documental |
Noche de Fuego | 2021 | Largometraje de ficción |
Tempestad | 2016 | Documental |
Ausencias | 2015 | Cortometraje documental |
Ver, Oír y Callar | 2015 | Cortometraje documental |
El lugar más pequeño | 2011 | Documental |
Retrato de Familia | 2005 | Cortometraje |
Sueño | 2005 | Cortometraje |
El ombligo del mundo | 2001 | Cortometraje |
Tiempo cáustico | 1997 | Cortometraje |
Árido | 1992 | Cortometraje |
“El dolor no se cura. La guerra no se cura. Se aprende a vivir con ese dolor y que la memoria dolorosa es parte de su vida y es parte de esas personas que se fueron y siguen habitando sus mundos.”
Tatiana Huezo
El germen de El Eco y su conceptualización
Cuando las o los directores de cine adquieren cierta fama y el reconocimiento del público y la industria (o en general cualquier artista), un aura de misticismo los envuelve. Hay quienes se creen el cuento y se comparan con dioses. Pero en realidad, los artistas son una persona más en este horrible mundo; tal vez con un don, pero personas de carne y hueso. Digo lo anterior porque viene a mi mente la imagen de Tatiana Huezo tocando las puertas en distintas comunidades sin recibir respuesta o ahuyentada porque una familia pensó que se robarían a su hija o hijo. Así lo explica cuando habla de su viaje de heroína superando su prueba, que en este caso es encontrar El Eco.
Partió con la idea de indagar en el territorio de la infancia: cómo son esas primeras impresiones de la vida y del mundo, y cómo ese mundo va moldeando su percepción de la realidad. Con la mente puesta en esa mirada que se abre paso a la vida, estuvo buscando territorios. Tuvo la idea de ir en busca de una escuela rural en una comunidad alejada. Gracias a maestras y maestros rurales de escuelas no establecidas en esas comunidades, visitó varios lugares donde encontró rechazo o no encontró nada (y que me perdone la Lógica por esta doble negación).
Hasta que en esa búsqueda, que ya había durado cuatro años y medio, dio con El Eco. Así lo cuenta: estaba cansada, a punto de darse por vencida, hasta que le mostraron o vio un mapa donde estaban señaladas comunidades que quedaban por ir. El nombre le evocó algo. ¿Por qué ese nombre?, ¿qué había ahí? Llegó a El Eco y el resto es historia. Cómo no querer documentar en un lugar donde el primer habitante al que le preguntas por qué se llama el Eco te dice esto:
“Aquí sopla muy fuerte el viento y cuando arrecía el viento agarra las palabras de la gente y se las lleva a volar por el cerro. Entonces usted se puede enterar de lo que habla en todo el pueblo. Así que tiene que tener mucho cuidado con lo que dice aquí”.
Lo que demuestra cuántos Rulfos tenemos desperdigados en los campos de México.
Esa búsqueda se ve reflejada en El Eco. ¿Cómo? En que todo lo que se ve grabado es una interminable búsqueda de lo que constituye la esencia de El Eco. Su paisaje, su comunidad, su forma de vivir, sus fiestas y rituales. El Eco va sobre El Eco, y no es poca cosa. Culmina aquí la larga búsqueda de Tatiana Huezo, la heroína ha cumplido su misión. Encuentra en este territorio la materia artística que estaba buscando, un descanso a la mirada de lo que ya había explorado en sus trabajos anteriores. La mujer de la que hablé al principio, la primera mujer que llegó al Eco, le abrió las puertas de su casa y presentó a la comunidad. Gracias a su mediación, pudo cercar ese vínculo que todo documentalista necesita con las personas que va a grabar.
Tatiana Huezo se enfrenta hacia nuevas realidades donde el dolor no es el centro de gravedad, sino solo una de sus dimensiones, como también lo son en la vida el trabajo duro, la resistencia, la calma, la dicha y la zozobra. Se adentra en una familia campesina para ver cómo sobrellevan los ciclos climáticos y cómo sus actividades están sujetas al capricho de la naturaleza en su estado puro; mientras veo todo es, descubro cómo la naturaleza también es culpable de su propia estética (no se le escapa nada a Ernesto Pardo, su fotógrafo).
“Fue darme cuenta del ciclo del clima, del cambio drástico que hay en el paisaje y en el clima cada vez, cada año, más extremo. Cuando llega la sequía se acaba el alimento, se acaba el agua, los animales se mueren y la vida parece que está a punto de romperse en mil pedazos, hay una enorme fragilidad en esta forma de vida”.
Tatiana Huezo
Cuatro años duró Tatiana Huezo en su investigación y año y medio en grabar. Seis años en total le tomó juntar todos esos fragmentos estéticos y hacerlos un documental de una hora y cuarenta y dos minutos. Dejaba atrás por un momento la vorágine social y se centraba en sus nuevos ejercicios silenciosos. Pero nadie puede escapar de su sino y también en El Eco hay una documentación social, no de la densidad de La Tempestad o El lugar más pequeño, pero sí de una riqueza propia.
Una familia tradicional que lucha por sobrevivir a la precaria economía y padece la migración de un padre en busca de trabajo. La perspectiva de una hija que es demasiado valiente y aventurera para su entorno protector y machista. La enseñanza rural como elemento clave para la salvaguarda de las infancias y su desarrollo. La protección de habitantes que se proclaman guardianes de su propio entorno. Y más etcéteras. Sin filtro. Que pasa un rayo, filmemos el rayo. Si se mata un chivo, veamos cómo se mata.
“Fue una oportunidad para contar desde otro lugar y alejarme de los otros dispositivos que había usado en mis documentales. Dije “No va a haber entrevistas. No va a haber voz en off. A ver si somos capaces de ponernos ante la vida y atrapar estos pequeños pedazos de vida con toda su pureza y toda su grandeza.”
Tatiana Huezo
Como alguien que después de mucho tiempo vuelve de su viaje personal y espiritual donde la realidad le ha enseñado una nueva lección y con esta lección ha logrado expandir su conocimiento, así volvió Tatiana Huezo a presentar El Eco. Sus entrevistas y declaraciones post El Eco han sido las de la heroína que volvió de otro mundo después de retirarse del ruido y la furia por un tiempo. Aquí también hay unas historias extraordinarias, nos dice, solo basta acercar la mirada. Aquí hay otro tipo de dolor, pero también felicidad. Cuando se documenta lo que ha documentado Tatiana Huezo, a veces es necesario descansar la mirada para no quebrarse.
Esta película me dio el privilegio de habitar y sentir la enorme luz, la fuerza y dignidad que hay en el mundo campesino de este amado país que es México. Y me gustaría reconocer también que ellos siguen y seguirán siendo un dique de resistencia contra el saqueo de sus territorios y a pesar del ahogo económico, ¡siguen floreciendo!
Tatiana Huezo
Notas sobre El Eco, por Tatiana Huezo
El Eco surgió de mi necesidad de seguir indagando en el territorio de la infancia, del deseo de encontrar una imagen, una sensación a través de los ojos de un niño, que me mostrara cómo empezamos a percibir esos primeros momentos en los que te sientes solo y perturbado frente a la rudeza de la vida. Decidí explorar en un universo campesino, porque los niños se preparan para el mundo adulto demasiado pronto.
Empecé a buscar a niños en escuelas rurales. Después de semanas de visitar distintas comunidades en México, llegué a El Eco, un pueblo diminuto en donde el clima, cada vez más extremo y las condiciones de vida, enmarcan la existencia de la gente y de los niños en un entorno severo y al mismo tiempo bello.
Desde que escuché el nombre del lugar, me cautivó. Nadie me supo decir por qué se llama así; cuando les pregunté si había algún lugar en donde se escuchara la voz del eco, solo una niña y una señora mayor, en susurros, como si estuviera prohibido compartir el secreto, me dijeron: “A veces las piedras nos hablan… el viento se lleva a pasear las voces de la gente por los cerros, por eso hay que cuidar lo que uno dice…”
De inmediato percibí fuertes elementos en el espacio físico y simbólico del lugar para construir la mirada pura y misteriosa de los niños que estaba buscando. Me emocionó imaginar las posibilidades visuales, sonoras y narrativas para contar esta historia, en donde El Eco además de ser el título de la película sería un elemento metafórico, para hablar de cómo es la vida en esta comunidad campesina y remota que posee profundos conocimientos ancestrales.
Pienso que esta historia habla sobre el ECO de los padres en los hijos, esa voz que se va quedando durante la infancia adherida en el alma. Los niños aprenden, con cada acto, palabra y silencio de sus padres a entender el trabajo, la muerte, la enfermedad, el amor.
Los niños de El Eco siembran y asimilan desde muy pequeños la responsabilidad frente al cuidado de la tierra y de los animales. Entienden qué significa para sus vidas la muerte de un borrego, una helada sobre los campos de maíz o una sequía prolongada. También reconocen la satisfacción de sus padres cuando la tierra les devuelve en una mazorca dulce la terquedad puesta en el trabajo. Las emociones y dificultades personales de estos pequeños están permeadas por la naturaleza y por la fascinación de lo que hay en ella. El entendimiento que poseen los niños campesinos de que en la tierra “está la vida”, moldea definitivamente su visión del mundo, sus juegos y sus almas.
Fue en El Eco donde me enamoré de los rostros de estos pequeños de piel curtida como de adultos; y sus ojos hermosos, muy vivos, que guardan todas las cosas ocultas en las que alguna vez creí y en los que se intuye, a veces demasiado pronto, algo del dolor que está por venir.
Esta historia está contada desde ahí, desde esos momentos que te hacen consciente de quién eres y cómo es el mundo en el que habitas. Esta película me planteó el reto de contar una historia donde podamos ver lo extraordinario de lo ordinario. Confío en el cine para dejar ver que un rostro es infinito, que los campos anodinos esconden unos cambios de luz maravillosos; y que la sensación sobre la aventura de lo que significa crecer pueda ser compartida.