“Me enuncio desde aquí en honor a mi infancia”, escribe Dahlia de la Cerda en las primeras páginas de su Feminismo sin cuarto propio. Yo sé que empezar un texto con una frase que no es mía denota mi poca capacidad de atraer a la lectura con una frase propia. Pero es justo esto de lo que quiero escribir. 

Después de darle muchas vueltas, googleo el síndrome de la impostora. El tercer resultado es de una página que se llama “La Mente es Maravillosa” , en donde encuentro la siguiente pregunta:

¿Cómo nace el síndrome del impostor?

El síndrome del impostor se creía particularmente común entre mujeres con éxito en sus carreras y, por ello, la mayoría de los estudios se han realizado en mujeres. Esto puede deberse a diferentes motivos, como la falta de referentes femeninos o la falta de expectativas que tiene la sociedad sobre la mujer. 

Fui niña, adolescente y soy adulta en una familia como cualquier otra: en donde las mujeres trabajan catorce horas o más y los hombres trabajan quizá seis para después irse a ahogar en sus penas.

Una familia enorme donde las mujeres llevaron dinero a sus casas vendiendo baterías de cocina, comida, maquillaje, haciendo pasteles, cuidando a las hijas de la hermana junto con las propias, limpiándole la casa o la oficina a la que logró crecer, o estafando.

Y a todas ellas las movía el mismo imán: que sus maridos e hijos siempre tuvieran un plato en la mesa para comer, sin importar si ellas eran las últimas en servirse, o si les tocaban ya nomás las migajas.

Dahlia de la Cerda.
Dahlia de la Cerda durante una conferencia en Guadalajara, Jalisco.

Escribí el párrafo anterior en honor a Dahlia y en honor a mi infancia. Porque hasta que la conocí no entendí lo medular de contar mi historia para el desarrollo de mi escritura, y de que, a pesar de más de cinco años de carrera profesional como escritora a destajo, siempre evité hablar de mí. Quería parecer inteligente, estudiada, creía que mi valía como escritora estaba en mi capacidad de observar el exterior. Pero siempre faltaba algo, siempre estaba insatisfecha. 

La cita de “la mente es maravillosa”  dice que se creía que el síndrome de la impostora “es particularmente común” entre las mujeres con éxito en sus carreras. Si dejamos de lado el hecho de que la definición ya está caduca por ceñirse exclusivamente a la esfera del trabajo empresarial, me resuena ahora la idea de que el éxito sea la cualidad indispensable para ser acreedora al síndrome.

El éxito se repliega en destacar de manera competitiva, ¿pero qué tal si lo diste todo en el trabajo doméstico, de crianza y de cuidados, trabajo en el que no hay un objeto tangible que alcanzar? El síndrome de la impostora también es darlo todo para que les otres sean felices.

A mi parecer, padecer el síndrome de la impostora, tanto si eres trabajadora de cuidados o empresarial, es la falta de reconocimiento del esfuerzo realizado, con o sin éxito. En mi carrera profesional como escritora siempre dudo de cada palabra escrita —en lo que llevo escrito hasta este punto he vuelto a revisar desde el principio por lo menos tres veces— por temer a lo que pasará si alguien está en desacuerdo con lo que escribo. El síndrome de la impostora también es tener miedo. 

Padecer el síndrome de la impostora
"Fui niña, adolescente y soy adulta en una familia como cualquier otra: en donde las mujeres trabajan catorce horas o más"

¿A qué se parece el síndrome de la impostora?

A veces el síndrome de la impostora se parece a no darte derecho a cometer un solo error para no parecer incompetente. A veces se parece a aceptar todo en ámbitos laborales y familiares para no dar problemas, a no defender tus ideas ni tu tiempo ni tus energías. A veces se parece a no reconocer tus logros, en aras de querer tragarte la idea de que podrías estar haciendo mucho más. 

A veces el síndrome de la impostora se parece a no darte derecho a cometer un solo error para no parecer incompetente.

Siempre me ha parecido difícil tener amigas. Me he identificado como mala feminista porque tengo más cercanía con mis amigos hombres que con mis escasas amigas. Viéndolo desde la perspectiva de la impostora, siento que tiene que ver con que me resulta más fácil compartir con alguien que es diferente a mí: me protege de llegar a mis verdaderas emociones y revivirlas frente a alguien que siente como yo. La impostora es también negarte a ti misma la experiencia de sentir y compartir. 

El síndrome de la impostora es solitario. Lo abrazas a ti aun cuando sucesivas amigas y hermanas y madres te dicen que es mentira, que tu trabajo duro te ha llevado hasta donde estás, que eres competente, que eres suficiente. Les aceptas el cumplido y te convences de que te lo dicen por amor. Y te devuelves a la idea de que tuviste suerte.

Tuviste suerte de que tu marido solo fuera borracho y no maltratador, de que conociste a la persona indicada en el momento indicado para entrar a una empresa, de que tus privilegios te llevaron hasta donde estás ahora, y por ellos has crecido. Porque a veces los límites son difusos, y como dijo La Oreja de Van Gogh: “me callo porque es más cómodo engañarse”. 

 

El síndrome de la impostora es solitario. Lo abrazas a ti aun cuando sucesivas amigas y hermanas y madres te dicen que es mentira