Alejandro Zambra vino el otoño pasado a la ciudad de Guadalajara como invitado de la Cátedra Magis del ITESO. Aprovechando la ocasión especial, el equipo de DESNOS me consigue una entrevista con él para hacerle algunas de las preguntas que me parece que vienen a cuento y para corroborar que, también en su conversación, se puede pasar de la risa a la melancolía de una frase a otra.
Luzdary Acosta: Dos de tus personajes más emblemáticos, Julio y Emilia, de Bonsái, forman un vínculo edificado en la mentira de que han leído a Proust. ¿Alejandro Zambra también hizo eso? ¿También mintió al respecto de que había leído algo que en realidad no?
Alejandro Zambra: Bueno, estudié literatura, entonces mentí muchas veces. Mentí también con Proust, que es un emblema, pero también un emblema del placer, ¿no? O sea, para mí es una de las lecturas más importantes justo porque rompía la expectativa pasiva de lo clásico. No sé si se entiende lo que digo. O sea, te aproximas a un clásico por muchísimos motivos, pero al llegar a la novela de Proust, claro, ya no te importa mucho que sea un clásico. Simplemente disfrutas, discutes con el libro.
Lo que pasaba en Bonsái también tenía que ver con una cuestión quizá generacional. Porque nosotros habíamos crecido con la idea impuesta de que no teníamos experiencia. Siempre les pasa eso a los jóvenes, a los niños. Los padres les dicen tú no puedes hablar de esto o de lo otro porque no tienes experiencia. En el caso nuestro, claro, tenía que ver con la experiencia…
LA: ¿Con la experiencia lectora?
AZ: No, tenía que ver con la experiencia de la Unidad Popular. Y luego con la dictadura. Particularmente los que estudiamos literatura, llegamos a este lugar donde la mayoría de los profesores nos decían que no podíamos hablar de literatura porque no habíamos leído. No habíamos vivido, no habíamos leído. ¿Qué tocaba? Inventar que habíamos leído. Queríamos pertenecer. Encontramos esa solución cómica, igual que estos personajes de la novela (Bonsái) de decir que conocíamos íntimamente esos libros que teníamos muchas ganas de leer.
LA: Desde Bonsái hasta Literatura Infantil o Poeta chileno, has publicado en Anagrama, una editorial españolísima. Sin embargo, tus personajes son unos copuchentos, individuos que dicen garabatos, a los que le duele la guata, que no follan pero sí culean. En ese sentido, seguir escribiendo en chileno, ¿es una suerte de decisión política, de manifiesto sentimental, de algo muy consciente?
AZ: Todas las anteriores. Es (una decisión) política y natural. A ver, yo vivo desde hace ocho años en la Ciudad de México, tengo un hijo mexicano, chileno y mexicano, él diría que es chileno y mexicano, pero habla como mexicano. Habla normal, según él. Yo imito el acento mexicano a veces y él se ríe y lo corrige. Dice: “No hablamos así, papá”.
Pero bueno, hasta antes de esa mudanza, yo hubiera dicho que escribía usando mi lenguaje, las palabras que usaría en una conversación. Entonces hay, más allá de los modismos, incluso de las estructuras, hay aspectos del español de Chile que me parecen muy hermosos y siento que no son tan habituales. O sea, en comparación con otras variantes del español.
Por ejemplo, el argentino coloquial está en la literatura de Rayuela y antes. Y ha seguido ahí. Pero bueno, en Chile yo creo que es la poesía la que se acercó a la forma como los chilenos hablamos realmente. Con el cine lo mismo. El cine de Raúl Ruiz por ejemplo.
Pero bueno, más allá de toda esa composición del lugar, digamos, es lo natural. Ahora lo interesante es que está cambiando lo natural. Me parece un excelente problema para alguien que tiene cuarenta y nueve años que esté cambiando tu lengua.
Porque luego, cuando te cambias de país realmente entiendes cuál es o era tu lengua. No sé si se entiende. La única manera de entender la sutileza es cuando hay algún problema en la comunicación. Cuando pierdes la certidumbre. Hay unos matices muy finos que te revelan cuál es tu lenguaje, cuáles son tus palabras justo cuando empiezan a dejar de serlo.
Porque luego, cuando te cambias de país realmente entiendes cuál es o era tu lengua.
Alejandro Zambra
LA: Llevas casi una década en México, ¿crees que has empezado a escribir un poco en mexicano?
AZ: A mí me influye mucho el español de México de mi hijo. Cuando empezó a hablar, empezó esa revolución en mi cabeza. Hay muchas palabras que, vinculadas a la paternidad, son mexicanas en mi cabeza. Yo digo carriola. Uso la palabra mexicana, quiero decir. Para mí ese objeto se llama así porque lo viví así. También eso es bien atractivo.
En la escritura quizá no influye de una forma tan directa. Claro, uso expresiones en el habla que van a traducirse en los textos. Ya en Literatura infantil hay mucho de eso. También hay algo inconsciente, por más que te interesen las palabras y pienses en ellas, de pronto no te das cuenta.
Recién me pasó que le dije por primera vez a un guardia con el que me puse a conversar, soy de Ciudad de México. Creo que nunca había dicho esa frase. Soy de Ciudad de México. Y cuando lo dije lo sentí muy raro. Porque claro, lo natural sería decir vivo en Ciudad de México. Ahora mismo yo me escucho a mí mismo, en la medida en que uno puede escucharse a sí mismo y… siento que es un chileno el que habla, pero bueno, quién sabe. Son problemas muy atractivos para mi edad.
LA: Hablando de ser o no ser extranjero, me viene a la memoria, espero no estar inventando recuerdos, un texto de Literatura infantil en donde un narrador que por cierto, se parece mucho a ti, bautiza a uno de los espacios de su casa como Chile. ¿Tú crees que haces algo así en la vida cotidiana? ¿Haces algún ejercicio paralelo para estar nombrando a tu país?
AZ: Claro. Es que hubo un tiempo en que escribía en uno de esos cuartitos de azotea, ¿no?, y yo lo llamaba Chile. Estaba escribiendo la novela Poeta chileno y mi hijo era muy chiquito y de pronto decía mi papá está en Chile. También para él era un un espacio real que tenía ese nombre. Yo estoy muy conectado con Chile y creo que ese ejercicio de ir y venir sentimentalmente, digamos, emocionalmente, ha sido el movimiento de estos últimos años. Mi plan era mexicanizarme sin deschilenizarme. No sé si lo he conseguido.
Pero por suerte podemos tener ese tipo de experiencias hoy, ¿no? Yo recuerdo que hace, no sé, veinticinco años, estar fuera de Chile era muy distinto. Informarse, estar en contacto con las personas que quieres era muy distinto. Pero claro, yo igual me sitúo en esa familia, y desde ahí en un territorio que empieza en México y termina en Chile.
Conferencia acerca del futuro de la literatura en la era de la Inteligencia Artificial, por Alejandro Zambra*
Como lectores y escritores, hemos de reconocer que la literatura se nutre de nuestras vivencias, nuestras contradicciones, nuestros miedos y deseos. La IA puede analizar patrones, puede aprender de millones de textos, pero carece de la esencia humana que hace que un texto resuene en lo más profundo de nuestro ser. En otras palabras, aunque una máquina pueda producir palabras, no puede experimentar la vida.
Imaginen un futuro en el que colaboramos con la IA en vez de competir. Yo podría escribir un relato y luego pedirle a la IA que lo continúe, que lo reinterprete desde una perspectiva diferente. No se trataría de deshumanizar la escritura, sino de expandir nuestras posibilidades.
La IA podría ser un compañero de juegos literarios, un socio creativo. Sin embargo, aquí viene el gran desafío. ¿Cómo mantenemos nuestra voz en medio de esta nueva sonoridad? La literatura siempre ha estado en constante evolución. Desde la invención de la imprenta hasta el advenimiento de Internet, cada avance ha traído consigo temores y esperanzas.
En este nuevo capítulo, es crucial que abracemos la incertidumbre, que nos enfrentemos a las preguntas difíciles. ¿Qué significa ser autor? ¿En una era donde las máquinas también pueden crear? ¿Cómo encontramos nuestro lugar en este vasto océano de palabras generadas automáticamente?
Creo que la clave está en recordar que la literatura es un acto de conexión. Aunque la IA pueda generar textos, solo nosotros podemos escribir sobre la soledad una tarde de domingo o la alegría de un reencuentro inesperado. Solo nosotros podemos articular el susurro de una hoja al caer o el eco de una risa en la penumbra.
La literatura no se trata solo de contar, sino de sentir y de compartir. Para cerrar, me gustaría dejarles con otro chiste. ¿Por qué los escritores siempre llevan una libreta? Porque nunca se sabe cuándo va a aparecer una buena idea o una mala idea que termine siendo buena.
Al final, quizás la literatura, ya sea artificial o no, siempre será un juego de palabras y emociones. Y mientras haya un escritor dispuesto a jugar, habrá literatura. Gracias.
*Explicación del discurso
No se rieron mucho con el chiste. Le pedí a chat GPT una conferencia de quinientas palabras en primera persona, en el estilo de Alejandro Zambra. Bueno, la primera enmienda a la conferencia, como seguramente adivinaron, es esa. Y mi idea es que comentemos este texto, entre todos. Fue muy tortuoso leerlo. La sensación de que vas a contar un mal chiste es terrible. Luego, puedes contar un mal chiste, pero creyendo que es bueno, Y es otra sensación. Pero saber que hay un mal chiste… El último ni siquiera es un chiste. Agradezco también los asombros de risa, y los aplausos, que tienen un lado doloroso también. Se me ocurrió hacer esto porque es el corazón del problema y a la vez quizás está muy lejos del corazón del problema.
Yo creo que el corazón del problema está en la educación. Por ahí empieza lo turbulento, y por supuesto la inteligencia artificial tiene unos usos muy positivos y otros horrendamente negativos, En lo que toca a la literatura, claro, desde la perspectiva de un escritor, a mí me parece un tema hasta cierto punto divertido. Y si lo pienso como profesor, ya la cosa se pone más oscura, densa y turbulenta. Pero no por eso deja de ser muy atractiva.
En este caso se supone que esto es lo que yo pienso, según el chat GPT. No tengo por qué estar de acuerdo con lo que pienso. Y la verdad es que también cabe la posibilidad de que esté de acuerdo.
Alejandro Zambra