Una artista hace del mundo su mundo.
Una artista hace de su mundo el mundo. Por un momento.
Ursula K. Le Guin
Esta es una entrevista-diálogo con Mónica Figueroa, artista visual egresada de la Facultad de Artes y Diseño de la Universidad Nacional Autónoma de México, quien actualmente se dedica al dibujo y a la pintura, ocasionalmente al grabado, a la litografía o al web grabado. Vive en la ciudad de Oaxaca.
Yaheli Hernández: Cuando conocemos los relatos fundacionales de las naciones sin territorio, nos damos cuenta de que la única narración en la que se criminaliza el conocimiento obtenido por las mujeres es el relato cristiano. Creo que, más que hablar de cómo estas historias no coloniales encuentran ese punto en común, me gustaría preguntarte cómo es que estos relatos encuentran lugar en tu obra.
Mónica Figueroa: Siento que llegué a este punto desde series anteriores. Yo tuve educación cristiana, y en algún momento empecé mi trabajo cuestionando este tipo de ideas. Primero las creía por completo y luego ya me fui dando cuenta del lugar que yo ocupaba y las mujeres y la gente que yo quería en ese espacio, y cómo había también muchas reglas que bajo mi perspectiva nos estaban limitando o condicionando muchísimo a cosas que realmente no eran buenas para nosotras.
Empecé a cuestionar mucho eso pero a la vez me ocasionó como algún trauma existencial; sí es muy fuerte creer en algo durante muchos años y después decidir empezar a cuestionarlo, tal cual es un cambio de la percepción de la realidad. Siento que a partir de ahí empecé a hacer varios proyectos que eran ensayos filosóficos, por así decir. De ahí surgen varias series, todas han sido para tratar de contestar o de construir cada vez nuevas narrativas que me pudieran ayudar a sentirme menos desubicada en el mundo.
Empecé a hacer una serie que se trataba de rendirle respeto y agradecimiento a la montaña. Vivo en Oaxaca y allá todavía se hacen muchos rituales que consideran a las montañas como deidades. Un día una amiga me invitó a que lleváramos flores a una montaña. Se me hizo muy bonito porque no era un ritual súper grande, no era de ver al dios fulano o a la diosa tal, sino que era algo solamente de respeto a la vida y a la naturaleza.
De ahí empezó una serie y también combinada con el libro Mujeres que corren con los lobos de Clarissa Pinkola, en donde hay varias narrativas sobre escuchar nuestra voz interna y estar conectadas con la intuición y con lo feral, que también tiene que ver con esta serie.
Todas mis series han sido para tratar de contestar o de construir cada vez nuevas narrativas que me pudieran ayudar a sentirme menos desubicada en el mundo.
De ahí fue esta idea de mujeres que suben a la montaña, así empezaron a ser mucho más protagónicas. Sí hay a veces personajes masculinos, pero en general son todos femeninos, pero no tanto por hablar de la mujer por nuestra condición de género, sino también intentando representar a la humanidad a través de las mujeres.
Siento que esto es algo que se nos ha quitado, siempre que hay una representación humana es masculina y si hay una representación de una mujer no se considera que abarque a la humanidad, sino solamente es como algo particular a las mujeres, como si no pudiéramos también nosotras hacer reflejo de todo lo humano y de toda la vida en general.
Desde esa serie fue que empecé a hacer retratos de mujeres, luego una amiga me regaló un libro que se llama Cuando las mujeres fueron pájaros, anterior a eso yo ya había empezado a hacer estos personajes que son mujeres pájaro. Siento que la serie de ahorita es ya un universo que se ha ido construyendo a través de todas las series anteriores, y que pues ya tal cual es esto que tú mencionas, una vida, un poco como una narrativa prehistórica de cómo yo imagino que han sido las cosas y que eso hubiera dado también un contexto muy diferente al que vivimos hoy.
También considerando esta idea de la palabra abracadabra, que significa “yo creo mientras hablo”, o esta cosa de las pinturas rupestres. Una interpretación es que retrataban su realidad, y la otra era que pintaban a manera de ritual, como dibujar algo que estaban proyectando que sucediera. Siento que sí es importante tener nuevas narrativas en las que cada vez más mujeres y personas que no suscriben al patriarcado nos sintamos representadas.
Siento que esto es algo que se nos ha quitado, siempre que hay una representación humana es masculina y si hay una representación de una mujer no se considera que abarque a la humanidad, sino solamente es como algo particular a las mujeres, como si no pudiéramos también nosotras hacer reflejo de todo lo humano y de toda la vida en general.
Mónica Figueroa
YH: Hablas de estos valores que generalmente están suscritos a las mujeres, como el cuidado, el bienestar, la expresión del amor y de los sentimientos, que en el relato patriarcal están relegados a un segundo plano, porque el plano grande es la conquista y es el poder y es la posesión. ¿Por qué te parece importante contar esta historia y cómo se manifiesta eso en tus piezas de la antigua mujer-piedra?
MF: Al principio no pensaba en que quería específicamente decir algo diferente, o sea el cariño y el cuidado en contraposición con el poder y la conquista, sino más bien una reafirmación de la armonía.
Cuando dices el cuidado de las mujeres, siento que algunas mujeres hemos, o al menos yo, rechazado un poco esto porque es algo a lo que te obligan, pero al final no tiene nada de malo, es una reconciliación con eso también. No tiene nada de malo ser sensibles, ser cálidas, la vergüenza se genera desde las voces patriarcales, donde tienes que ser solo productiva y fría.
Al principio no pensaba en que quería específicamente decir algo diferente, o sea el cariño y el cuidado en contraposición con el poder y la conquista, sino más bien una reafirmación de la armonía
Mónica Figueroa
YH: Pensaba en si en estas piezas de la serie “Romance de un ave” y de las mujeres que son pájaros tienen algo que ver con que las voces de las mujeres siempre han sonado desde un lugar distinto que las de los hombres.
MF: La serie “Romance de un ave” es un cuestionamiento personal. A veces se me hace complicado relacionarme con otras personas. Creo que por eso me gusta mucho la representación del tacto, como si una caricia fuera algo súper solemne, que no se olvida, que no se te haga fácil que alguien tenga ese tipo de contacto contigo. Es esa representación de cómo intentas interactuar con otra persona, pero hay algo que les divide. Y en este caso es que son de diferentes especies. Pero eso era más bien porque yo estaba cuestionándome preferencias sexuales, me sentía muy desubicada.
No necesariamente el orden de las cosas es tener una idea y luego representarla. A veces estar trabajando o dibujando saca cosas que pueden ir después integrando un proyecto más complejo y completo.
Cuando mi amiga me regaló Cuando las mujeres fueron pájaros, me impactó esa búsqueda de la voz propia. Así como en el libro, yo estaba representando a las aves con la voz, para ya no tener que pedir permiso para hablar o no disculparse por hablar, por tener un juicio propio, por tener confianza en lo que una piensa y en las cosas que tiene una qué decir. Se me hace muy impactante que para las mujeres expresarse sea estar en un eterno examen.
Me di cuenta de que mis amigas son súper inteligentes, y empecé a preguntarles a ellas sobre mi trabajo y ya no preguntarles a los hombres ni buscar validación con ellos. Fue un cambio radical en mi vida y en mi manera de relacionarme profesionalmente. Así fue como empezamos a hacer grupos y exposiciones juntas. Entre nosotras nos tratamos bien, con respeto, nos admiramos, confiamos en lo que la otra tiene qué decirnos. Por eso muchas de las piezas de la expo son de amigas, porque siento que es de las estructuras sociales más horizontales que puede haber.
Tengo una pieza que está basada en una fotografía de las excavaciones en La Venta, Tabasco, cuando descubrieron las cabezas colosales, de donde viene la antigua mujer- piedra. Es una escena donde la gente del lugar está haciendo la excavación, y están dos franceses en la parte de arriba dando órdenes. Este dibujo fue una reinterpretación, la cabeza olmeca es una mujer piedra, no una escultura, sino una mujer que vivió y que estaba hecha de otros materiales.
Así, todos los personajes se volvieron mujeres, más o menos de la misma edad, y todas eran amigas. Me gustó esta idea porque cambiaba la dinámica colonial de dominación, se convertía en una horizontalidad desde lo antiguo y lo venerable, una mujer piedra.
Se me hace muy impactante que para las mujeres expresarse sea estar en un eterno examen.
Mónica Figueroa
YH: ¿Qué esperas de esta exposición de La antigua mujer-piedra? ¿Cómo te gustaría que las personas que vayan interactúen con las piezas?
MF: Me gusta que las personas se sientan representadas, que la gente me diga “me gusta esto y sentí esto cuando lo vi”. De pronto parece ser que eres exitosa en tu carrera siempre y cuando avances rapidísimo o vendas un chingo. Claro que es parte de la vida profesional y obviamente sí quiero desarrollarme en eso y todo, pero siento que una carrera artística no es sostenible si esos son los únicos objetivos, lo que la hace sostenible justo es que en el mismo hacer haya una satisfacción.
Texto de sala de la exposición de Mónica Figueroa, La antigua mujer-piedra, por Olivia Teroba
La sincronía del tacto
«Llevábamos en el pecho un hueco fértil preparado para recibir la semilla».
Gabriela Damián Miravete, La sincronía del tacto.
De los sentidos que forman nuestra percepción del mundo material, el tacto es el más entrañable porque materializa el apego entre los seres vivos. Acariciar es demostrar afecto, cariño, reconocimiento. Todos hemos deslizado nuestros dedos contra la hoja de algún árbol o planta, hemos recorrido el pasto con nuestra palma al sentarnos en un jardín. Acercar nuestra piel al lomo de un gato o un perro nos transmite el ritmo de su respiración, el pulso que enciende la vida de quienes acompañan nuestra cotidianidad.
El tacto entre dos personas trasciende cualquier otro lenguaje, emana cercanía: dos manos que se entrecruzan, los corazones que se acercan para compartir sus latidos, los labios que se rozan y constatan una existencia compartida, pueden aliviar de inmediato el dolor, despertar al cuerpo del letargo, llamar al resto de los sentidos para prestar una enardecida y amorosa atención al mundo.
¿Qué hace falta para que los pensamientos se toquen como se tocan las palmas y los labios, para que los corazones compartan el ímpetu de la comunalidad, para que busquemos objetivos centrados en el cuidado propio, en el cuidado mutuo, en la preservación de la vida que nos rodea? ¿Qué hay que hacer para entendernos en una relación de parentesco como cualidad ontológica?
En sus pinturas y dibujos, Mónica Figueroa propone nuevos mitos de origen para poblar un futuro donde nos encarguemos, como dice Donna Haraway, de «generar parentescos raros, dado que nos necesitamos recíprocamente en combinaciones insospechadas». Así, su obra compone pictórica y gráficamente escenas que centran nuestra atención en la vegetación, lo mineral, los seres sagrados y, sobre todo, el encuentro de las mujeres en un tiempo sin tiempo que dibuja una esperanza y al mismo tiempo rehistoriza nuestro presente.
Las protagonistas de estas piezas se sostienen unas a otras, mientras los ciervos, antes uno de los objetivos más preciados de la caza, ahora pastan con libertad. Hay risa, hay juego, hay aves que usan las manos humanas como nidos, hay hechiceras que habitan cuevas y otras que son plantas, que esta vez no se han transformado para escapar como hizo Dafne de Apolo, sino permanecen en forma vegetal con la conciencia de que brindar frutos y sombra es un modo de resistir.
Los gestos de estas mujeres, la postura de su cuerpo, su mirada, la apariencia de sus labios expresan, junto con el movimiento del trazo que las forma, un futuro común que no precisa de un lenguaje escrito ni se explica de modo dicotómico o binario, como estamos acostumbrados a entender nuestras relaciones. En estas escenas oníricas el subconsciente se ha reconciliado con la madre que engendra, protege y acompaña, representada por las rocas, las montañas, el agua, el cielo y las aves. Se entrecruzan línea y degradado, colores intensos y una consecución que crea profundidad; estos elementos transitan del ímpetu de un cariño recién inaugurado a la tranquilidad que brinda un símbolo reconocido.
Una serpiente evoca los trazos de Neo Rauch y convive con referencias a las estrellas de Matisse, las flores de Charlotte Salomon, la sutileza de las pinturas de Uemura Shōen, el misticismo de Kiki Smith, el toque fauvista que emula los tiempos en que dibujábamos en las paredes de las cuevas como una forma de invocación y de deseo; todas estas influencias se conjugan para formar escenas que en su afianzamiento a la tierra conforman una utopía que se aleja del carácter imposible que implica la definición de dicha palabra.
El entendimiento de las plantas, las flores y los cielos nos recuerda lo ineludible: somos agua, planta, viento y tierra; por lo tanto, el proyecto se enuncia en tiempo presente. En medio de la urgencia, la obra de Mónica Figueroa se asume con calma, porque en su pluralidad y disonancia acuerpa equilibrio; se plantea perder el miedo a tocar la vida y así sentirla con familiaridad y delicadeza, procurar su cuidado.
Olivia Teroba
Hay risa, hay juego, hay aves que usan las manos humanas como nidos, hay hechiceras que habitan cuevas y otras que son plantas, que esta vez no se han transformado para escapar como hizo Dafne de Apolo, sino permanecen en forma vegetal con la conciencia de que brindar frutos y sombra es un modo de resistir.
Olivia Teroba sobre La antigua mujer-piedra