La espalda pegada en el piso y la mirada clavada en el techo. Así es como tomo las decisiones importantes, porque así es como pienso mejor; con el peso del mundo encima.

Hace dos semanas me encontré a un viejo amigo. Me invitó a que escribiera un artículo sobre arte para este medio digital y acepté sin pensarlo mucho. El problema es que hace más de cuatro años que no escribo. Pues escribir no es cualquier cosa. Requiere de dos aptitudes en esencia antagónicas: creatividad y disciplina. La creatividad es un río que se desborda; la disciplina, un cinturón que aprieta. Y la manera que cada uno encuentra de reconciliarlas, de hacerlas trabajar juntas, es tan personal como el producto mismo de su avenencia.

 

La creatividad es un rio que se desborda; la disciplina, un cinturón que aprieta. Y la manera que cada uno encuentra de reconciliarlas, de hacerlas trabajar juntas, es tan personal como el producto mismo de su avenencia.

Todo escritor y todo artista ha tenido su propio proceso; Beethoven salía a caminar, Jean Miró boxeaba, Thomas Wolfe se acariciaba los genitales junto a la ventana. No obstante, rara vez se muestra este proceso en una obra. La angustia neurótica, los cerillos gastados, las noches de insomnio… todo queda detrás de una cortina de mármol. Pues una obra terminada es una obra sin memoria; o, al menos, este es el principio sobre el cual se ha conformado nuestra tradición occidental del arte. ¿La razón? Esto es lo que pienso.

 

Adulto mayor sin camisa y guantes de box, boxeando
No pudimos encontrar una foto de Joan Miró boxeando pero sí una de Ernest Hemingway

Para un escritor obsesivo la eternidad que promete la palabra escrita puede ser aterradora. Lo más difícil siempre es empezar. Juntar palabras, darles la vuelta, cogerlas del rabo, hacerlas chillar… Todo ejercicio creativo comienza siempre en el juego, en ese acto que se basta a sí mismo. El trabajo, por su parte, es hacer del acto un medio para un fin externo.

George Bataille creía que el arte había pasado del mundo del juego al mundo del trabajo a través de la religión. Tal vez sea esta la razón por la cual el mundo del arte carga un aura mística que ha hecho de los museos, santuarios; de los artistas, profetas y de las obras, reliquias. Hoy una pintura dudosa de Leonardo da Vinci se ha vendido en 450 millones de dólares (lo mismo es decir que es invaluable). Pero ¿qué es eso que se esconde detrás de una obra que nos causa esa veneración ciega? Acaso el olor a dioses muertos.

Y es que la razón de ser del arte fue, desde un principio, la de elaborar y manifestar el mito a través de imágenes y narraciones. Por su parte, el mito —a diferencia de la historia— no es el resultado de las acciones humanas. El mito no tiene huellas. Por eso, los bizantinos llamaban a sus íconos acheiropoieta u “obras no manufacturadas”; porque creían que eran manifestaciones genuinas de lo divino. Así, para mantener la ilusión divina, fue necesario suprimir la mano del artista. De ahí que los procesos no quepan dentro de la obra mítica o, su heredera moderna, la obra perfecta.

 

El mundo del arte carga un aura mística que ha hecho de los museos, santuarios; de los artistas, profetas y de las obras, reliquias.

 

¿Qué sucede hoy, cuando el rayo de la modernidad ha “desparasitado” a la cultura de su coraza mágica? El arte —como el humano— ha quedado huérfano y ha tenido que inventarse a sí mismo. Y es en este afán de inventarse y reinventarse que ha retornado a sus orígenes en el juego, el hacer por el hacer. Se dice que Hokusai solía abandonar sus grabados cada que se mudaba de casa; y es que Hokusai venía de una tradición según la cual “lo importante es el camino, no el destino”. Este es precisamente el principio del arte procesual.

 

Pintura de Katsushika Hokusai, un fantasma
El fantasma de Kohada Koheijilr, grabado de Katsushika Hokusai

A diferencia de Oriente, donde la vida es un continuum de pequeños rituales, Occidente carece de una tradición procesual. Acaso el primer movimiento occidental en incluir los procesos como parte de la obra haya sido el Impresionismo. Cuando en 1872 los impresionistas expusieron sus pinturas, las críticas de los académicos atacaron sobre todo la “falta de acabado”, esto es, la manera en cómo dejaban las pinceladas expuestas. Esta manera de dejar sus procedimientos a la vista no solo rompía con el principio de la “obra no manufacturada”, sino que además le daba un valor nuevo al proceso.

El Impresionismo abrió el camino para nuevas perspectivas que derivarán en los movimientos del arte procesual de los 60s —tales como el antiform y el fluxus—, los cuales buscarán hacer de los procesos parte integral de la obra misma. Sin embargo, creo que hay una diferencia fundamental entre las tradiciones oriental y occidental del arte procesual. Mientras la primera nace de un antiguo ritualismo religioso, la segunda lo hace de un consumismo postindustrial.

 

Sin embargo, creo que hay una diferencia fundamental entre las tradiciones oriental y occidental del arte procesual. Mientras la primera nace de un antiguo ritualismo religioso, la segunda lo hace de un consumismo postindustrial.

 

Reitero, hace más de cuatro años que no escribo. Pienso que el mundo ya no necesita nuevos libros. Pero hoy nadie escribe para el mundo; hoy escribimos por escribir, pensamos por pensar, trabajamos por trabajar. Hoy vivimos en una cultura que ha hecho de los medios —como el trabajo, el dinero y el poder— un fin en sí mismos.

 

Close up de pintura A Game of Croquet deÉdouard Manet
Pinceladas de Un juego de croquet, de Édouard Manet, 1873. Foto sacada de Google Arts & Culture 

¿A qué se debe este traslapo semántico? Pienso que tiene que ver con el desarrollo de los medios de producción que trajo la Revolución Industrial. Este desarrollo condujo a un desajuste en las dinámicas de oferta y demanda: dejamos de producir lo que deseamos para desear lo que producimos. Esta es la base del consumismo.

El enfoque en los medios que vino con la Industrialización tuvo repercusiones importantes en el medio artístico. Por una parte, permitirá ver el arte, que hasta ahora había sido un medio, como un fin en sí mismo. De aquí la doctrina de “el arte por el arte”. Por otra parte, también permitirá ver al arte ya no como un objeto divino, sino como un producto del trabajo humano. No obstante, un producto para un mercado. De acá la tradición occidental del arte procesual. Así, lo importante no es el proceso, sino hacer del proceso un producto. Hoy nadie quema un cuadro si no es frente a un público o una cámara. Y es que el proceso creativo ha pasado ser algo privado a ser algo público, de la anécdota al espectáculo. Hoy pagaríamos por ver a Beethoven caminar, a Joan Miró boxear y a Thomas Wolfe acariciarse los genitales.

Aquí doy término a la parte personal de mi narración. Lo demás está en la memoria de mis lectores. ¿Por qué cerrar este artículo con las palabras de un cuento de Borges donde la ficción termina por tomar el lugar de la realidad? Porque, mientras el arte ha recobrado la memoria, el hombre se torna olvidadizo… Mientras el arte de los museos se consume en un onanismo estético; allá afuera, la publicidad y los Mass Media nos bombardean todos los días con las imágenes de un paraíso capitalista. Después de todo, nada ha cambiado y los mitos modernos han reemplazado a los mitos antiguos. El ilusionismo de la imagen está más vivo que nunca. Incluso la cultura digital ha logrado lo que el arte nunca logró: que las imágenes tomen el lugar de la realidad. Borges tenía razón: Tlön nos ha robado el mundo.