Me viene a la memoria el estreno de Turning Red, esa película de Pixar que causó un escándalo (como siempre) en un grupo muy específico de nuestra especie, ya saben, esos señores que leen una novela sobre un feminicidio o con una protagonista femenina y dicen que le faltó esencia, que los batos deberían estar con la pinga de fuera en las marchas del 9 de marzo mientras asan carne y pagan por ver mujeres luchando en lodo (entre otras cosas).

Me desvié un poco, me acordé de Turning Red porque recuerdo que uno de los flácidos argumentos que surgió contra el éxito de una película no protagonizada por un varón era que la audiencia no podía sentirse identificada, que los hombres no podíamos colocar nuestros ojos en las miradas femeninas y en experiencias de desarrollo juvenil, que nos tenían que entregar historias de hombres maduros entregados a una causa aparentemente universal pero que termina siendo propaganda militar anticomunista.

Lengua partida (2020), Ismene Venegas – Editorial Grafógrafxs

Lengua partida parte de una lectura muy particular del mundo y en eso radica su belleza: Ismene crece en Ensenada, Baja California, y estudia la carrera que durante mis años adolescentes pensé sería mi destino: gastronomía. Las primeras experiencias del mundo están modificadas y registradas a partir de nuestros sentidos esenciales, el olfato y el gusto van a determinar para siempre el resto de nuestras vidas porque aprendemos lo que nos da placer, aprendemos a evitar el veneno, el desagrado, aprendemos a tomar los nutrientes y a hacer trampa, a disfrutar una vida que más bien se vuelve tragedia conforme creces, sobre todo cuando te das cuenta de que la pizza congelada, el helado de cereza y la Dr. Pepper no son suficientes para que tu cuerpo crezca saludable y fuerte, más allá de la experiencia del placer que la comida genera

Lengua partida nos habla desde distintas latitudes de la relación que Ismene va construyendo con la comida y cómo ésta afecta su vida y su memoria.

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Pocas veces he leído libros que conecten las historias alrededor de la comida con las historias de una persona. Los hay que hablan de todo un continente o una ciudad, son vastos los registros, por ejemplo, de Anthony Bourdain, de Gordon Ramsay, de Guy Fieri, de miradas que parecieran analizar la comida como un objeto de estudio distante, como quien mira un libro de historia donde la comida es apenas la portada en lugar del contenido, y luego de arrojar un más o menos así se prepara/lleva algunos de estos ingredientes construyen un catálogo estático y seccionado de un puñado de pueblos homogeneizados como duraznos para papilla, disueltos para ir por la información “que importa”, mientras que Ismene hurga en el cuerpo de un pollo para sacarle su almendra, se enfrenta a la receta del Clam Chowder de su madre, recorre un cerro de niña, admirando el despertar sutil de las flores de la Ensenada semiárida para luego trepar otra vez ese mismo cerro a echarse un porrito con sus compañeros de la universidad.

Tierno, nostálgico, repleto de sensaciones que en este instante que recuerdo, el libro me vuelve a llenar de saliva la boca al pensar en las piñas con chile que parten la lengua, al pensar en mi padre, en el de Ismene, en que ya es hora de comer.