Terminé de leer Chevengur, cuya publicación Andréi Platónov no logró ver en vida. La censura se lo impidió, por lo que se dedicó a editarla y corregirla hasta que se fue de este mundo. Es fácil ver a Platónov en cada personaje: tristes, idealistas, pesimistas, pensadores y hábiles con las herramientas (recordar que el autor fue ingeniero y especialista de riegos).
Tengo predilección por las novelas que retratan épocas históricas, en especial esas obras rusas inmensas y me gusta mucho Platónov desde que leí su cuento El tercer hijo en el que unos hermanos regresaban a su casa por el funeral de su madre.
En la universidad, cuando era estudiante, edité Las Esclusas de Epifán para la clase de Diseño Editorial que encontré traducido de manera artesanal por un tal Omar lobos en internet, fanático del escritor ruso e hice el prólogo de esa edición (que espero Desnos Editorial pueda publicarlo algún día). Además, Platónov ya me había enganchado con esa obra extraña llamada Dzhan y algunos cuentos que en su momento editó Alianza (cuando Alianza tenía esas portadas bonitas).
Pero Chevengur es algo superior a esas obras, no me refiero en cuanto a calidad porque eso es muy subjetivo, sino en cuanto ambición. Decidí leerlo cuando busqué en GoodReads qué referencias había y leí que una usuaria le daba la más baja calificación junto al comentario “Never read this book. Boring and dark”. Aburridas y oscuras, como me gustan las novelas rusas, pensé.
Solo encontré cinco reseñas en español, así que sumado a esas cinco personas, más los editores y traductor de la versión en Cátedra (y un tal Juan Eduardo Zúñiga que hizo el prólogo), pues seríamos ocho personas en total las que habremos escrito algo sobre esta novela (aunque estoy seguro que Omar Lobos ya escribió algo sobre esta, pero no me gusta dar nada por sentado).
Chevengur es una comunidad, un sitio, un edén o infierno donde se concentra una idea o donde converge un punto. La literatura nos ha dado esa clase de sitios, pienso en Santa María, de Onetti, Macondo, Cuevano o Varsovia. Como bien explica en el prólogo Juan Vicente, que refiere a su vez a un ruso cuyo nombre no recuerdo ni podría, la narración se divide en tres partes. Y solo en la última, es donde Chevengur hace su aparición.
Cuando llevas más de la mitad del libro acabas preguntándote cuándo sale Chevengur o por qué se llama así la novela, hasta que un personaje, que solo aparece como en dos páginas, la menciona como sin querer; como si todo lo anterior a ello fuera solo un preámbulo; la novela negándose a arrancar. Muy literatura rusa.
Es cierto que en la novela hay mucha tristeza, personajes muertos en vida y sin esperanza; hambruna, enfermedades y muertes. No es para menos, ya que el contexto de la historia es una temporada de sequía que azotó Rusia en 1920, 1921 y 1924, que combinada con la guerra civil y una mala polítca pública agrícola, dejó más de 5 millones de muertos. ¡Con más razón sería una novela oscura, usuaria de GoodReads!
Chevengur, una novela donde también hay espacio para el humor
Conforme vas avanzando, empieza a ser una novela divertida, a pesar de los tullidos, hambrientos, de los huérfanos, a pesar de los proscritos, los perseguidos y los locos, vas dejando atrás la oscuridad de todo eso para entrar en una zona amable cuando dos de sus personajes empiezan a recorrer el país para saber cómo se ha ido implementado el socialismo en los rincones más apartados.
¡De repente se vuelve como una historia de caballería! Un Quijote y Sancho Panza rusos recorriendo la estepa encontrándose con personajes divertidísimos y extraños. Y las descripciones de acción de Platónov son de otro nivel: el pasaje de la locomotora que está a punto de descarrilar y los enfrentamientos bélicos son explicados como un western entretenidísimo lleno de adrenalina.
Algunos pasajes de la novela me han hecho reír genuinamente, así que solo puedo pensar que esa usuaria de Goodreads nomás leyó la primera parte . No crean en las críticas, de nadie, adéntrense ustedes a las obras, ni siquiera las que escribimos aquí, amigos.
No quiero spoilear nada ni tampoco quiero que esto se haga más extenso. Platonov, repito, era un idealista. En su novela se concentran sus ideales sobre la revolución, el socialismo y el comunismo. Sus personajes reconocen estos conceptos más de forma transversal y los asimilan de acuerdo a lo que conciben ellos mismos. Llegan a admitir que no entienden a Marx y que su capacidad cognitiva es limitada para entender algo tan complejo para ellos que les cuesta incluso leer o ni saben.
Profokti, uno de los personajes, intenta sin mucho éxito interpretar El Capital y todas las actas que envía el Estado (o lo que se conforma en ese caso como el Estado) que tienen que ver con la organización de los pueblos, la agricultura, el comercio y demás, nadie las entiende. Pero esa limitación no les impide interpretar qué es el comunismo para ellos, qué sentimiento le transmite esta idea que tantas veces han escuchado y que de verdad lo creen y qué es lo que esperan de este para la transformación mundial.
El comunismo es una deidad para ellos a la que le atribuyen capacidades como curar enfermedades o controlar el clima. Por un momento pareciera que es una sátira, una burla; pero esos mismos personajes a veces son muy lúcidos y tienen una concepción muy noble y abocan sus energías en esta idea, pues conciben que ellos son solo un instrumento del comunismo y su razón de existir es ayudar y mejorar realmente las condiciones sociales de la humanidad.
Uno pensaría que más ser unos tontos, son muy nobles; sin embargo, también son muy violentos cuando se trata de los “enemigos” del comunismo, que casi siempre son personas que tampoco entienden por qué se les considera como tal si solo son burgueses que buscan proteger su integridad, sus casas y sus familias.
Chevengur es el receptáculo donde este comunismo puro quiere florecer. Si no quieren leer esto de arriba y por casualidad su mirada está leyendo esto, en resumidas cuentas la primera parte y segunda parte de la novela es la presentación y desarrollo del contexto y los personajes principales para culminar su viaje en la última parte en este sitio puramente comunista.
La novela no es más que un intento de describir cómo fallidamente se llevó esa teoría a la práctica en una Rusia enorme, con una población analfabeta, desesperanzada y dividida, donde cada uno entendió y llevó a la práctica aquello que solo se conocían de voces, pero que era su gran consuelo.