A finales de junio pasado se publicaba un artículo sobre «la nueva ola de editoriales independientes» en el mundo de habla hispana. En ese mundo, sin embargo, España, México, Argentina, Colombia y Perú ocuparon la lista de países; de los sellos editoriales, en el caso concreto de México, refería a tres. Pese a que el autor señalaba un periodo de quince años del «fenómeno silencioso y persistente» en que irrumpieron los proyectos de publicación, apenas uno de la triada se ubica dentro de ese lapso de tiempo.
Ante la ausencia de un estricto criterio para corroborar el estatus de una editorial incipiente y su paso a consolidarse como una casa con una firme propuesta de autores y títulos, habría que estudiar específicamente los casos. Si la trayectoria les juega a favor o en contra de su exitoso prestigio, no depende exclusivamente del rigor literario. La idealizada autonomía de las letras se acaba con la monetización de su contenido, con las métricas comerciales de su posicionamiento y las metas de venta para cubrir los gastos mes con mes. En suma, como cualquier negocio sujeto a la economía de mercado: «publicar es sobre producir y vender libros», de acuerdo a Thad McIlroy, analista de tecnología editorial[1].
A diferencia de los grandes sellos, con una presencia global desde el siglo XX, Almadía, fundada en 2005, Sexto Piso en 2002 y Antílope, en 2015 —referidas en el artículo—, son algunos de los exponentes nacionales de la edición independiente. De considerarlos nuevos también, podemos asumir que cualquier otra editorial con veintitrés años (si con ello se quiere salvar la elección mencionada) de actividades participa en este lozano grupo. Dicho de otra forma, las editoriales fundadas después del 2001 serían nuevas; no así los sellos del milenio pasado. Si de algo sirve el criterio de su permanencia en el mercado, nos ilustra una comparativa muestra de esfuerzos financieros y su capacidad de implementar modelos de negocio fuertemente influenciados por la globalización.
Un fenómeno indispensable de la cultura, como lo es el ecosistema del libro, no puede entenderse centrando su estructura en la vitalidad de ciertas tendencias e ignorando la historia fuera de los términos de venta. Para complacer las demandas del mercado existen industrias; para fomentar una efectiva bibliodiversidad[2], en cambio, persisten los nichos y lo que por ahora llamaré el folclore de las editoriales. Hacia uno u otro lado del mercado, por lo regular en un lado más que en el otro, se mueve nuestra actual compulsión por conservar una diversa cultura escrita, es decir, una tradición literaria y lo que de ello emana: su divulgación, su estudio, su cuidado, su crítica, y, por sobre todo, su goce imperecedero, la lectura.
Algunas de las réplicas que el ensayo de Susan Hawthorne sembraron en años siguientes se encontraron en el rechazo hacia una de las actuales empresas de comercio electrónico. Si en un principio nació como alternativa al problema del almacenaje y la distribución para las librerías, lo que se hizo merecedora de la librería más grande del mundo, Amazon finalmente se convirtió en la competencia no solo de tiendas de libros sino de toda la cadena de valor y del ecosistema editorial.
Jorge Carrión publicó Contra Amazon en 2019, quince años después de haberse fundado la empresa estadounidense. Entre sus argumentos, la expropiación simbólica, la hipocresía, el espionaje y uso sin consentimiento de datos personales o una revalorización a la lectura desacelerada proponen un manifiesto de resistencia para mitigar las rampantes estrategias de venta en línea. Y, ¿cómo no sentirse vulnerable ante el espíritu consumista y el progreso tecnológico que ofrece soluciones a bajo costo? Los daños sociales, ecológicos y económicos en sus diferentes escalas no alcanzan a justificar las ventajas ni los beneficios que, como sabemos, solo parecen ser los de su dueño y la fortuna que se amasa continuamente.
Teniendo en cuenta la infraestructura con la que trabaja, además de proveer servicios de distribución de publicaciones impresas, de dispositivos para leer en pantallas o escuchar audiolibros, Amazon ofrece un modelo do it yourself para la autopublicación, así cualquier usuario tiene la oportunidad de colocar su libro en sus plataformas, eliminando por completo puestos o labores con los que aun muchas «microeditoriales» o sellos «boutique» dependen. En este sentido, la producción colectiva de un libro ha sido relegada a cierta categoría artesanal o gremial, tan cerca de los inicios de la impresión con tipos móviles.
Podría pensarse que no hay más camino que el de la masificación electrónica. La producción industrial bajo el modelo postfordista, donde ya no se va ensamblando en serie sino que una sola persona se encarga de su pieza de principio a fin, se ha individualizado. Quienes aun apostamos por un sistema tradicional vemos en ello la dedicación de tiempo completo y el valor detrás de un producto con un impacto cultural, histórico y sin duda político contra la inmaterialidad de los procesos y de los oficios editoriales.
Para ello, entre otras iniciativas, la Alianza Internacional de Editoriales Independientes se creó en 2002 como una asociación colectiva y profesional que reúne a más de novecientas ochenta editoriales independientes presentes en sesenta países del mundo. El propósito de la alianza es fomentar un contexto participativo y colaborativo de prácticas, políticas y materiales de consulta con los que se puedan ejercer y fomentar la diversidad de la cultura escrita.
Dos años más tarde se creó la Alianza de Editoriales Mexicanas Independientes (AEMI), organización que, a la fecha, reúne trece editoriales independientes. En estos veinte años, han dejado de existir editoriales y otras más han nacido, en una constante carrera por editar tirajes reducidos, lo que se refleja en el volumen de venta y muchas veces el costo elevado, en comparación con grandes editoriales que abaratan sus precios debido a un mayor margen de ganancia. Antes de terminar, tengo una selección de tres editoriales tapatías con las que he estado al pendiente, en mayor o menor medida, tanto por su trayectoria como por su relevancia en el contexto editorial en que se han mantenido vigentes.
Mano Santa Editores es una casa editorial dedicada a la publicación de libros de poesía que aparece en 2011. Jorge Esquina es el director y junto a Emmanuel Carballo Villaseñor y Luis Fernando Ortega imprimen ediciones limitadas a cien ejemplares con técnica digital. “Prueba de autor” es el nombre de la colección más reciente, integrada por más de diez títulos de poesía. En el sitio web pueden leerse y descargarse los títulos, con el permiso previo de sus autores: Lucía Ortuño (Metástasis), Baudelio Lara (Alfabeto inconcluso), Lizzie Castro (Sí el miedo es) o Luis Fernando Ortega (Grafito sobre papel), entre otros.
Sombrario ediciones fue fundada en 2017 por el poeta Enrique Carlos Cisneros. Especializada en plaquettes artesanales, ha editado más de dieciséis poemarios de escritores como Armando Salgado (Fisura, tres poetas de la distopía), Patricia Mata (Un moño negro en la casa de Julián), Maira Colín (La boca llena de tierra) Abril Medina (Sal de ahí) o Fanny Enrigue (Pinzas).
Finalmente, Espina Dorsal vio la luz del mercado en 2022, mismo año en que la UNESCO eligió a Guadalajara como la Capital Mundial del Libro. Gustavo Íñiguez, al frente de la editorial, ha puesto interés en la actividad literaria que aquel momento representó. A pesar de su corta vida, desde hace tres años ha publicado a Melissa Niño (La hélice en rojo de mi corazón gravita), Patricia Vázquez (La novela de las mujeres murciélago), y entre otros títulos Escribir para no estar, antología de ensayos de siete autores.
[1] En Publishing beyond publishers. Durante la edición 2024 del foro Readmagine, McIlroy ofreció una presentación que puede consultarse en: https://thinkpub.eu/wp-content/uploads/2024/07/07_Wischenbart_Publishing-Beyond-Publishers_Readmagine_2024_final.pdf
[2] Idea desarrollada por Susan Hawthorne en su ensayo Bibliodiversidad Un manifiesto para la edición independiente.