El pasado 17 de octubre Ángeles Cruz, actriz y directora de cine, visitó Cine Mayahuel en Guadalajara para platicar sobre su más reciente película, Valentina o La Serenidad.
En una plática de aproximadamente una hora, compartió con las y los asistentes el proceso de realización de este film, desde las motivaciones que le hicieron escribir el guión, hasta el momento en que terminó de grabarla. A continuación te compartimos lo que la directora de cine expuso después de la proyección de Valentina o La Serenidad, donde habló de los desafíos, los obstáculos e inspiraciones para lograr el objetivo de conseguir fondos, terminar la película y distribuirla.
*Los siguientes fragmentos de la conversación no están en el orden en que fueron dichos.
Por Ángeles Cruz
Proceso de investigación de Valentina o La Serenidad
Parte de lo que reflejo en la película viene de mi propia experiencia, del duelo por la muerte de mi padre. No lo hablé con nadie, salvo con mi hermano menor. Él era el único con quien compartía esta fantasía de que quizás mi papá seguía vivo en algún otro lado.
Durante la investigación para esta película, entrevisté a niñas y niños de mi comunidad que habían perdido a su mamá o a su papá. Hablé con seis niños: cuatro niñas y dos niños. Todos me dijeron lo mismo: nunca habían hablado del tema con nadie, ni con su mamá, ni con sus hermanos. A pesar de que me conocen de toda la vida, fui la primera en preguntarles cómo se sentían.
Recuerdo especialmente a una niña que había perdido a su padre hacía un mes. Estaba furiosa, profundamente enojada con Dios porque le había arrebatado a su papá. Esa entrevista quedó grabada, y en ella se sentía la conexión con la frustración, el enojo, y el no entender por qué suceden estas cosas.
El guion: el punto de partida de Valentina o La Serenidad
Es una película que escribí en 2020, en medio de la pandemia. Perdí a mi padre cuando tenía nueve años, y ese sentimiento de pérdida volvió a mí. No quería atravesar por ese lugar nuevamente, así que escribí este guion como una forma de acompañar a las personas que, en ese momento, estaban perdiendo a sus seres queridos.
Cuando terminé el guion, el personaje que inspiró a Pedrito —mi hermano más chico— falleció durante la pandemia. Recuerdo que le dije: “No te puedes morir porque acabo de escribir una película para tratar de pasar el duelo que vivimos con papá”. Sin embargo, su partida también me sirvió para aprender nuevamente, para tratar de encontrar serenidad en medio del dolor. Parece que esta película sigue siendo una maestra para mí, enseñándome lecciones importantes sobre la vida y el duelo.
Por ejemplo, con el guion de La Tiricia me tardé un año en escribir apenas un corto de diez o catorce minutos. Era mi primer guion, y no entendía nada. Tuve que pedir ayuda a María Renée Prudencio, una amiga mía que me sacó del atolladero, aunque aún me costaba mucho. Al final, entendí que no importa cuánto tiempo tome; lo importante es que la historia que quieres contar sea la correcta, que esté lista cuando deba estarlo.
La locación en la comunidad mixteca
Para hacer mis películas, siempre pido permiso a mi comunidad. Mi primer filtro es la asamblea. Estoy profundamente agradecida con mi comunidad porque me ha dado absoluta libertad. He podido abordar los temas que he querido: abuso sexual, mujeres lesbianas en las comunidades, abandono de la vejez, duelo, entre otros. Jamás me han cuestionado los temas que decido tratar. Esa libertad está acompañada de confianza y compromiso.
Es como si filmaras en tu propia casa. Tu mamá te pondría reglas: “Deja la casa como estaba”, “Cuidado con tus amigos, que no vengan a dejar todo sucio”, “No te acabes lo que hay”. Con mi comunidad es igual; existe un acuerdo comunitario. Todas las personas que participan en mis películas reciben un salario, y trato de llevar la derrama económica a mi comunidad. Hablar de los temas que abordo siempre comienza en mi comunidad, antes que en cualquier otro lado.
He sido cuestionada en mi comunidad, y gracias a ello, también he logrado ser autónoma. No soy alguien que se quede sin autocrítica.
Consejo a las y los jóvenes cineastas
Para hablar de algo que realmente importa o atraviesa, tienes que partir de eso mismo: de dónde está tu mirada y tu corazón. Para mí, partir de mi comunidad es esencial. Siempre les digo a los jóvenes que están empezando en el cine: “Habla de ti, de lo que te importa, de lo que te atraviesa. No hables de cosas que ni te interesan”. Porque eso, justamente, conecta con la humanidad de las demás personas.
El significado
Para mí, tiene otro significado mucho más profundo, que era el territorio sonoro del cual nos han despojado. Esa conexión con alguien que ya no está, esa remembranza de algo que no quisiste. Nunca queremos parecernos a nuestros padres; siempre los rechazamos. Como hijas e hijos, queremos estar lo más alejados posible de ellos. Pero siento que, cuando ya no están, empezamos a revalorar las cosas que dejamos de aprender de ellos.
En el caso del mixteco, para mí era eso: lo que no valoré en su momento con la profundidad que debí haberlo hecho. Es como regresar a esta música que te conecta, que no sabes de dónde viene ni por qué lo hace. Para mí, eso es también el lenguaje, antes que otra cosa. Ese sonido es el que nos hemos despojado, o que nos han despojado, y tiene que ver con la esencia de nuestras raíces, ya sea padre o madre.
En mi caso, era recordar esta conexión con un padre, uno un poco más cercano a su hija. Por ejemplo, crear un cómic en el que la heroína es una niña con capa. Así, conocemos al padre a través de los ojos de la vecina, quien está más cerca de la gente. Por ahí va el acento de la lengua, en recordar estos sonidos que aprendemos de niños y niñas y que permanecen toda la vida. A veces están en un rincón, en un lugar escondido, pero permanecen.
En mi pueblo el internet llegó hace dos años. De hecho, llegó quince días antes de empezar esta película. Esto significa que, antes de eso, solo había televisión en dos tiendas grandes. Nadie tenía teléfonos ni nada por el estilo. Esto permitió que el cómic se mantuviera como un elemento de conexión entre la gente.
Quise retomar esa conexión que hemos perdido con el celular o la televisión. El cómic es eso: una historieta hecha de dibujitos, algo muy infantil que nos conecta. Siempre pensé en cómo yo, de niña, jugaba con capas. Me ponía una toalla y salía al campo creyendo que era una superheroína, que podía volar. Esa parte del juego me interesaba mucho y quise plasmarla en Valentina.
El casting
La única actriz con formación académica fue Myriam Bravo, que interpreta a la mamá de Valentina. Los actores que participaron en la película son de la comunidad. También son muy profesionales, aunque no hayan pasado por una escuela de actuación.
Yo hago los castings abiertos a la comunidad. Se anuncia tal cual: “Quien quiera participar, bienvenido”. Comenzamos con un taller de escritura creativa para explorar la imaginación de los participantes antes de introducirlos a la actuación y el cine, alejándolos de esa falsa idea de la actuación.
Después realizamos un taller de juegos para observar cómo se relacionaban entre ellos. Todos los niños que asistieron al taller participaron en la película. De entrada, solo por acudir ya tenían su lugar asegurado. A partir de ahí, fuimos cerrando el círculo hasta quedarnos con tres niñas y tres niños, quienes interpretarían a Pedrito y Valentina.
Para Valentina, decidimos incluir a dos amigas, para evitar generar competencia. Al final, lo que nos llevó a elegirla fue su tesón. Las tres niñas eran muy talentosas, pero el poema con el que cerramos la película fue decisivo. No se les dio el poema el mismo día, pero Valentina fue la única que llegó con él aprendido, entendido, y que además fue a ver a su abuelita para compartir las palabras. Eso me hizo pensar: “Esta niña está yendo más allá”.
La fotografía
Carlos Correa fue el fotógrafo. Ya he trabajado con él en tres proyectos: Arcángel, Nudo Mixteco y este último.
En el caso de la fotografía, buscábamos respetar el punto de vista de Valentina y plasmar algo auténtico en conjunto con la comunidad. A veces se tiene una idea preconcebida de las comunidades, pero aquí lo importante era trabajar desde adentro, con lo que ellas mismas tienen para contar y compartir.
Yo soy miope. Siempre me he acercado para ver las hormigas caminar en las cortezas de los árboles. Y le expliqué eso al fotógrafo: “Quiero ver eso, quiero acercarme y quiero que el asombro de la infancia no se pierda”. Porque, de adultos, ya lo dejamos de hacer. Ya no volteamos a ver que hay luna llena, o no nos detenemos a observar las florecitas amarillas en la banqueta que incluso pateamos sin darnos cuenta.
Lo que yo quería retomar era eso: el asombro de la niña, a pesar de estar pasando por un duelo tan tremendo. Que pudiera detenerse en algún momento, recorrer un árbol atravesado por un rayo, observar una hormiga, sentir cómo camina ese pequeño bichito que está destemplado en el rocío cuando comienza el día. Esa era nuestra apuesta en la fotografía.
Filmografía de Ángeles Cruz como directora y guionista
- La tiricia o cómo curar la tristeza (2012): Cortometraje que aborda el abuso sexual infantil en tres generaciones de mujeres.
- La carta (2014): Cortometraje sobre el reencuentro de dos mujeres en una comunidad de Oaxaca, explorando sentimientos profundos y complejos.
- Arcángel (2018): Cortometraje que reflexiona sobre la vejez y las dinámicas familiares en comunidades indígenas.
- Nudo Mixteco (2021): Su ópera prima en largometraje, entrelaza tres historias de mujeres en la Mixteca oaxaqueña, abordando temas como el abuso infantil, el amor lésbico y la migración.
- Valentina o la serenidad (2023): Largometraje que explora la perspectiva infantil en la comunidad mixteca, inspirado en experiencias personales de la directora.
Manejo de actores
Yo no les doy el guion completo; trabajo con pequeños fragmentos. Valentina no supo de qué trataba la película hasta que comenzó a sospechar, porque los adultos comentaron que estaba inspirada en mi papá. Entonces, le decía cosas como: “Tú puedes hablar con tu papá en el río”. Y ella decía: “Sí, claro”, porque es una niña y tiene esa capacidad de jugar.
En momentos complicados, usábamos metáforas. Por ejemplo: “¿Has visto una hoja cuando se cae? El tiempo, el viento, el sol, todo la va secando y encogiendo. En este momento, tú eres esa hoja”. Así la llevábamos a donde necesitábamos, siempre con delicadeza. Todo el equipo permanecía en silencio, y ella, siendo muy empática, lograba conectar con lo que le pedíamos. Nunca le dijimos que “íbamos a trabajar”. Siempre lo planteábamos como un juego. Al final, este enfoque nos permitió conectar con su talento y esencia.
En el caso de los ensayos, a veces comienzo con dinámicas que ayudan a los actores a entrar en contexto. Por ejemplo, con Valentín y Pedrito, hicimos ensayos previos, como correr uno tras otro o encontrar pequeñas dinámicas. También trabajamos en situaciones cotidianas, como ubicarlos en la mesa del comedor. Ninguno de los niños tenía el guion completo, solo Myriam lo tenía. Así que comenzábamos preguntando: “¿Qué le dirías en esta situación?”. Si respondían que no dirían nada, entonces simplemente no decían nada. Todo era muy natural.
Lo que más me gusta de dirigir actores es que logro que digan lo que está en el guion, pero pensando que ellos lo están inventando en el momento. Así se genera una dinámica más auténtica. Además, confían mucho en mí, lo cual es fundamental.
En mi pueblo, todos se sienten directores. Por ejemplo, la gente se empieza a corregir entre ellos: “No, eso está mal, hazlo de otra manera”. Yo no les digo que algo está mal, pero ellos mismos se regañan y terminan resolviendo los problemas entre todos.
Financiamiento
Escribí esta película en 2020 y la filmé en 2022. En 2021, mientras estaba en mi pueblo trabajando, comencé a aplicar a fondos para financiarla. Conseguí uno del ECAMC (Estímulo para la Creación Audiovisual en México y Centroamérica para Comunidades Indígenas y Afrodescendientes) y en 2022 completé con el FOCINE. Gracias a eso pude filmarla ese año y estrenarla en 2023.
El proceso tomó tres años, lo cual fue relativamente rápido. Nudo Mixteco, mi primera película, me llevó cinco años. En ese momento, enfrenté muchos rechazos hasta que finalmente logramos conseguir los fondos. Cada proyecto tiene su propio ritmo.
Depende mucho del proyecto. Valentina tuvo suerte, salió rápido, los fondos llegaron pronto. Pero no sé cómo nos irá con el siguiente. Lo que sí sé es que soy muy trabajadora. No sé si tengo talento, pero lo que hago es trabajar durísimo todos los días, pedir ayuda y reconocer lo que no sé. Pregunto todo: “¿Cómo se hace esto? ¿Cómo se llama aquello? ¿De qué manera puedo aterrizar esta idea?”.
La importancia del equipo de trabajo
Una película no la hago yo sola, sino que la hacemos entre un montón de gente, con todo el equipo que aporta creatividad y talento. Siempre es con la generosidad y el talento de otras personas. Creo mucho en la comunidad, en construir equipos de trabajo sólidos.
Para mí, es importante rodearme de personas con las que me siento cómoda, con quienes puedo trabajar bien y que aportan a las películas. Por ejemplo, Noé Hernández, Sonia Couoh y Myriam Bravo han estado conmigo desde mis primeros cortos hasta Nudo Mixteco. Son personas fundamentales en mi proceso. Parte del equipo con el que he colaborado, es el mismo.
Rubén Luengas ha sido mi músico desde mi primer corto hasta Valentina. Ahora también trabajamos con Alejandra Hernández, que aportó algo electroacústico, pero la base sigue siendo una jarana mixteca. Esa jarana, aunque quizá no la distingan, está ahí en la música; es parte de la esencia.
Me gusta mucho construir esos equipos, rodearme de gente que cuestiona, que enriquece el proyecto, que aporta ideas nuevas. Y siempre intento volver a trabajar con estas personas, porque han sido clave en lo que hacemos.
La perspectiva del cine hecho por comunidades indígenas
Me conmueve mucho el cine que estamos intentando hacer. A veces siento que nos encasillan en la narrativa del “cine de comunidades”, pero creo que tenemos mucho más que compartir. Lo importante es que estas historias se construyen desde la colectividad y con una mirada honesta, no desde la imposición de algo externo.
A veces nos etiquetan. Las etiquetas pueden servir para visibilizar o apoyar ciertas causas, sobre todo cuando no hay equidad, pero también encajonan. Siempre he pedido que mis películas no se limiten a nichos de “cine indígena”. Mis películas pueden competir en cualquier categoría, no solo en esos espacios.
Al final, lo que buscamos en el cine es algo que conecte con nuestra humanidad. Eso es lo que nos une, ya sea una película de Taiwán, Estados Unidos o Argentina. Las películas no tienen nacionalidades; lo importante es que hablen y conecten por sí mismas.
La primera vez que presentamos un corto fue Cómo curar la tristeza, que trata sobre el abuso infantil. Hicimos un programa de diez cortos. Presenté mi corto al final, porque no quería que solo se hablara de mi trabajo. Durante los nueve cortos previos, la gente se reía, compartía, pero cuando llegó el nuestro, se quedaron en silencio.
Cuando terminó, nadie aplaudió ni dijo nada. Estaba muerta de miedo. Llamé a las personas que participaron en la película y pasaron al frente, pero nadie quería hablar. Entonces, un niño que participó, de once años, levantó la mano y dijo: “Yo solo quiero decir que yo no soy ese. Si mi hermana estuviera en peligro, yo corro y grito”. Eso rompió el silencio y la gente comenzó a hablar.
Ahí entendí que no hacíamos cine para impactar al mundo, sino como una manera de conversar sobre temas que necesitamos abordar. Venimos de una cultura del silencio, donde muchas cosas no se dicen, y el cine nos ayuda a cruzar esas barreras. Hacer cine no es algo extraordinario.
En mi comunidad, en 2021, me tocó servir. Fui nombrada para un año de trabajo comunitario. Mientras Nudo Mixteco ganaba premios por todos lados, yo estaba limpiando el pueblo, comprando clavos o haciendo tequio. Eso te da perspectiva: todo lo que hacemos, sea cine o limpiar los tanques, es importante.
Recuerdo que, cuando ganamos el Ariel por Cómo curar la tristeza, mi pueblo me llamó en medio de la ceremonia. Estaban echando cohetes y celebrando. Eso muestra que, al final, el cine es un trabajo comunitario, y todos ganamos.
El propósito del cine
El cine es una herramienta que atraviesa esas barreras y nos permite hablar de temas que necesitamos abordar. No es solo contar historias; es una forma de sanar y conectar con nuestras emociones más profundas.
Me di cuenta de que, para mí, todo esto era un proceso de acompañar mis propios duelos. Me ha tocado aprender. Aprender a través de los golpes de la vida. En estos dos años, desde que escribí la película, me pregunté varias veces: “¿Para qué la escribí? Es como si hubiera invocado la muerte”.
Terminé de escribir la película el día que murió uno de mis hermanos por COVID. Y hace unos meses, otro de mis hermanos fue asesinado. Entonces, me toca atravesar esas pérdidas, aprender de Valentina, caminar tratando de alcanzar la serenidad, tratando de aprender con la ficción a acompañar los duelos… y que el cine y la ficción también te pueden enseñar.
Ahí entendí que no hacíamos cine para impactar al mundo, sino como una manera de conversar sobre temas que necesitamos abordar. Venimos de una cultura del silencio, donde muchas cosas no se dicen, y el cine nos ayuda a cruzar esas barreras. Hacer cine no es algo extraordinario.
Ángeles Cruz